Hola! Herman@s Quiero compartir con ustedes Enseñanzas de los Maestros Ascendidos y de otros Maestros que han traído tanta Luz a nuestros corazones y hoy, nos pueden enseñar como hacerlo, teniéndolos a ellos como ejemplo y como guías invaluables, que a través del Amor Divino, iluminan nuestro camino hacia la Luz.
domingo, 19 de marzo de 2017
¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? CUARTO CAPÍTULO Y ÚLTIMO
QUÉ EXTRAÑA UNIÓN...!
No sé qué has visto en mí, no sé qué hechizo
pueda poseer yo, que te enamore
y merezca el favor de quien me hizo,
hasta el punto que dentro de mí more.
¡Qué extraña unión, jamás imaginada:
La criatura y su Dios, enamorados!
Pero, ¡qué desigual! pues, encontrados,
Tú lo das todo y yo no pongo nada!.
YO SOY FELIZ Y ESTOY ENAMORADO
Yo soy feliz y estoy enamorado.
Estoy enamorado de mi Dios.
¡Qué osadía tan grande, haber pensado
en algo tan inmenso y tan atroz!
Mas, fuiste Tú, Señor, quien me has llamado
con voz irresistible, en mi interior;
fue idea Tuya, y Tú el que me has quemado
con la llama sublime de Tu amor;
Y yo, pobre de mí, sin más camino
que entregarme en Tus brazos deslumbrado,
te abandoné mi alma, mi destino,
mi corazón, mi mente y, subyugado,
me enamoré a rabiar de mi asesino.
¡Dichosa sinrazón que me ha salvado!
LA PIEDRA-TEMPLO-GRIAL
¡Qué feliz la adicción a Tu presencia!
¡Qué gozo, qué placer, qué plena dicha,
el saber ya pasada la desdicha
de sufrir de Tu olvido y de Tu ausencia!
Valió la pena edificar el Templo,
piedra a piedra y andamio sobre andamio,
mirando arriba, mas abajo obrando,
siguiendo el plano de Tu claro ejemplo.
Ahora, finiquitado mi trabajo
y lleno de Tu luz mi corazón
y ahíto del dolor que hay aquí abajo,
donde aún reina, señora, la emoción,
reanudo con más fuerza mi destajo
por levantar más templos a Tu amor.
12.- Recapitulemos, pues: ¿Qué es lo que se opone a nuestra felicidad? Varias cosas:
- el miedo, como ya hemos dicho.
- el egoísmo, consecuencia de aquél.
- la falta de armonía entre los componentes del yo inferior o Personalidad. Y
- la falta de armonía entre la Personalidad y el Espíritu.
Porque:
Si todos queremos que nos comprendan y nos disculpen y nos perdonen, ¿cómo vamos a ser felices si nosotros no comprendemos ni disculpamos ni perdonamos a los demás?
Si privamos a los otros de lo suyo, sabiendo que son nuestros hermanos y que lo que tienen lo han merecido en vidas anteriores, ¿cómo vamos a ser felices?
Si no reconocemos a los demás sus derechos, que, sin embargo, exigimos que se nos reconozcan a nosotros, ¿cómo vamos a ser felices?
Si no nos conformamos con lo que la vida nos trae de desagradable, sin pensar que es nuestro propio karma y que debemos esforzarnos por vencer las adversidades, aprendiendo las lecciones que nos enseñan, ¿cómo vamos a ser felices?
Si nos pasamos la vida mirando al plato ajeno, envidiando, perjudicando, descalificando, calumniando, murmurando, ¿cómo vamos a ser felices?
Sobre este particular, recordemos a Calderón, en su célebre poema del sabio:
Cuentan de un sabio que, un día,
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro - entre sí decía -
más pobre y triste que yo?
Y, cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo,
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
13.- La riqueza y el bienestar y el disfrute de lo bueno que nos trae la vida es perfectamente compatible - y, en realidad, es la única postura que lo es correctamente - con el compadecerse de otros y el hacer lo posible por que ellos lleguen a disfrutar como nosotros. El dar todo lo que tenemos a los pobres no hace sino crear un pobre más. No es eso lo que pretendía Cristo. Fue mal interpretado en muchas de Sus palabras y de Sus ideas. Él no pasaba hambre ni la hacía pasar a Sus discípulos. Él asistía a banquetes y visitaba a Sus amigos y comía con ellos y se dejaba servir. ¿Y por qué no?
Pero supo acordarse de los desfavorecidos y les hizo el bien que pudo y hasta dio Su vida por nosotros. No nos engañemos, pues, en la orientación de nuestra vida ni en su disfrute.
Ayudemos, compartamos, pero sin convertirnos en un necesitado más. La pobreza en sí no encierra ninguna virtud. La virtud está en ayudar al pobre con amor, dándonos, en esa ayuda, a nosotros mismos, poniéndonos en su lugar, identificándonos en espíritu, y tratando de solucionar su problema en la medida de nuestras fuerzas. Pero no en convertirnos en pobres y aumentar con ello los problemas ya existentes. Y consiste en, siendo pobres, saber sobrellevar la pobreza con dignidad y luchar y esforzarnos por salir de ella. Y, entretanto, disfrutar, sin excesos, el bienestar de que dispongamos. Lo que tenemos lo hemos merecido, pero hemos de disfrutarlo como lo haría un administrador, sin pegarnos a ello demasiado pues, de no hacerlo así, será comprensible y lógico que lo perdamos.
14.- ¿Que la vida nos apalea, nos maltrata, y todo parece oscurecerse en nuestro entorno? Con lo que sabemos, con el conocimiento de las leyes naturales que todo lo rigen y, además, por nuestro bien y para nuestra evolución, hemos de aprender a aceptar las adversidades, pero no quedarnos en ello, sino luchar, esforzarnos por mejorar, pero sin perjudicar a otros. Sólo así enderezaremos nuestras vidas por el camino correcto.
Yo recomiendo, con frecuencia un ejercicio que, a primera vista perece una tontería, pero que no lo es, porque nos acostumbra a desentrañar lo que nos ocurre y a buscar la enseñanza y a enderezar nuestros pasos hacia lo positivo.
Yo lo llamo el “Qué bien que…” Y consiste en, ante cualquier problema o alegría, ante cualquier desgracia o golpe de suerte, ante cualquier dificultad o facilidad, exclamar o pensar siempre: ¡Qué bien que… y aquí citar lo que nos está sucediendo. Así podremos diseccionar la vida de este modo:
¡Qué bien, que he obtenido lo que pretendía! Señal de que lo he merecido, de que me he esforzado lo suficiente. Y lo agradezco y lo valoro.
¡Qué bien, que me he roto una pierna! Porque significa que con ello pago un karma que debía y quedo, ya para siempre, libre de esa deuda. Y, además, puedo aprovechar el tiempo de inmovilidad para hacer esto o lo otro.
¡Qué bien, que tengo un hijo más. Porque significa que me ha escogido como padre o madre y eso entraña un honor y una gran responsabilidad.
Y he de agradecer esta oportunidad.
¡Qué bien, que tengo una enfermedad incurable! Porque así tengo tiempo y ocasión de reflexionar sobre la vida y la muerte y para preparar las cosas y para informarme sobre el paso que he de dar y para perder el miedo.
¡Qué bien, que me han ascendido en el trabajo! Porque ello me va a proporcionar más posibilidades de realización y más sueldo y más opciones de ayudar a otros, bien sean subordinados míos, bien no.
¡Qué bien, que, a mi edad, conservo la salud y las facultades, y dispongo de tiempo libre y puedo trabajar por los demás.
¡Qué bien, que…
Es fácil de utilizar y resulta muy saludable, pues nos permite meditar sin grandes esfuerzos sobre la mecánica de la vida.
15.- Tenemos mil motivos para ser felices sin hacer daño a nadie. Vamos a enumerar algunos de ellos, a la disposición, prácticamente, de todos:
Los perfumes de la naturaleza, los cantos de los pájaros; los sabores de los alimentos; la contemplación de los animales, desde los insectos hasta los superiores; la conversación con los amigos; los juegos inofensivos; la mente, que nos permite crear en el mundo del pensamiento; la música, que nos eleva y nos deleita; la lectura, que nos hace vivir vidas nuevas y fomentar la creatividad y la imaginación; los sentidos internos, que nos permiten experimentar el contacto con los planos espirituales; la oración, que nos eleva hasta Dios; la meditación, que nos lleva al mundo del pensamiento para ver claro en éste; el servicio desinteresado al prójimo; la educación de los hijos; la vida familiar; el aprender cosas nuevas; el hacer nuestro trabajo con ilusión y afán de superación; el ejercicio físico; la vida al aire libre; los deportes, sin competir; el recordar los momentos felices del pasado; el imaginar momentos felices del futuro; el ser conscientes de lo afortunados que somos, en comparación con otros; el ayudar a los demás con nuestros medios materiales o con nuestros pensamientos; el rodear de amor a nuestros interlocutores; el transmitir amor cada vez que estrechamos una mano o tocamos un objeto; el sentirnos uno con todo, seguros del amor y la protección de Dios; el dialogar con nuestro Cristo interno; el tratar de enriquecer el mundo, en la medida de nuestras fuerzas…
En ese sentido, quisiera leeros un poema, mío también, que titulo “Sólo uno más”, y que dice así:
Sólo el postrer descenso del termómetro
consigue congelar el bravo río.
Y la balanza, estática y sin vida,
la inclina el último grano de trigo.
Sólo el último paso hace posible
que lleguemos al punto de destino.
Y el último escalón, en la subida,
que ascendamos de un piso hasta otro piso.
El tren lo forman últimos vagones,
mas, sólo lo completa el vagón último.
Sólo la última gota de la lluvia
permite al sol lucir en su camino.
Y el último minuto en este mundo
cierra y abre, perse, nuestro destino.
Que, lo último de algo es lo primero
de otro algo más alto y muy distinto.
¿Y si tu sacrificio en pro de otros
fuera el que colma y rompe el equilibrio?
¿O tu mano, tendida al que te pide,
fuera el último gesto en tu destino?
¿Por qué no has de ser tú la última gota
que haga lucir al sol en su camino
y el mundo, tras tu acción, se conmocione
y se haga un mundo nuevo y sabio y limpio?
16.- A estas alturas ya va siendo hora de que nos preguntemos qué es la felicidad, esa vivencia tras la cual vamos todos a lo largo de la vida, sin tener del todo claro en qué consiste.
¿Podemos decir que la felicidad es la consecuencia de dar satisfacción a los sentidos?
¿Será la consecuencia de los deseos cumplidos?
¿Quizás consistirá en los pensamientos más ajustados a nosotros, a nuestras tendencias, a nuestras aspiraciones? ¿Será la aspiración hacia Dios?
Todo dependerá del grado de evolución alcanzado por cada individuo.
Porque, habrá quien se sentirá feliz con la sola satisfacción sensual. Pero esa felicidad le durará poco. Y se quedará sin ella y con el deseo de repetir la experiencia y, hasta que lo consiga, desgraciado.
Y habrá quien se sienta feliz realizando sus deseos. Pero los deseos, ordinariamente, persiguen cosas, objetos, bienes materiales, posición social, etc. Y eso no perdura, y produce secuelas que nos impiden ser felices.
Y hasta existirá quien es feliz elucubrando y creando grandes proyectos mentalmente. Pero esos proyectos, para su realización, necesitarán luego grandes esfuerzos y surgirán problemas y todo ello nos hará infelices.
En realidad, las cosas no nos podrán jamás proporcionar la felicidad. Porque la felicidad es un estado de ánimo. Es algo interno. Por eso hay quienes, teniéndolo todo, son desgraciados y quienes son felices careciendo de todo.
Recordemos, a este respecto el cuento del Padre Coloma sobre el Hombre Feliz. Dice así:
Había un rey, muy querido por su pueblo, que enfermó de una enfermedad que nadie lograba curar. Hasta que apareció un sabio que aseguró que el rey sólo se curaría si se ponía la camisa de un hombre feliz. Inmediatamente, el rey envió a sus ministros y caballeros principales en busca de un hombre feliz para que le trajesen su camisa. Y los enviados partieron optimistas. Pero el tiempo pasó y los emisarios regresaban sin haber encontrado a ningún hombre que se reconociera feliz. Sólo faltaba uno por regresar. Y éste, desilusionado ya, y cansado del viaje, se reclinó en el tronco de un árbol, a la sombra, cerca de una cueva. De repente oyó una voz que salía de ella, diciendo: ¡soy feliz!, ¡soy feliz! El mensajero voló, más que corrió, hacia en interior de la cueva, y allí encontró un hombre casi desnudo pero con cara de felicidad. Le preguntó si había sido él quien se había proclamado feliz, a lo que el hombre respondió que sí. Entonces le narró la historia de la enfermedad del rey y le rogó que le diese su camisa para poder curarlo. Y el hombre feliz le respondió: “De buena gana lo haría, pero no puedo. Yo no tengo camisa.”
17.- Si, pues, la felicidad es un estado de ánimo, debido a un nivel de conciencia determinado, y podemos crearnos ese estado de ánimo y elevarnos al nivel de conciencia que queramos, ¿por qué no hacerlo, en lugar de quejarnos? ¿Por qué no nos acostumbramos a ver, tanto en las personas como en las cosas y en los sucesos, sólo el lado positivo? No sólo nos hará felices en el momento de hacerlo así, sino que se irá convirtiendo en un hábito y, acabaremos viendo sólo cosas hermosas y agradables y personas simpáticas y felices. Es nuestra labor. El ser felices y el hacer felices a los demás es nuestra tarea. Y nadie la puede desarrollar por nosotros. Por eso mismo no podemos luego quejarnos.
Podemos hacer el mundo mucho más hermoso de lo que parece con sólo fijarnos en la hermosura que ya posee. O con usar nuestras capacidades, casi siempre ignoradas hasta por nosotros mismos. Recordemos ese magnífico poema de Bécquer sobre la “Lira Olvidada”:
Del rincón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormida en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en la rama,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! - pensé - ¡cuántas veces el genio
así duerme, en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera,
que le diga: ¡levántate y anda!
La alegría es el estado natural de todos los seres.
San Juan Bosco decía, con razón, que “un santo triste es un triste santo.”
Aquí viene a colación también el vaso medio vacío y el vaso medio lleno. Es el mismo vaso siempre. Y tiene el mismo contenido. Pero hay un abismo entre verlo de un modo o de otro. Y eso es labor nuestra. Y nadie lo puede hacer por nosotros.
Si la Creación es fruto del amor, amemos, amemos sin límites a todo lo creado y estaremos participando del mismo Dios. Porque, no lo olvidemos: “En Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”, como dice la Escritura.
Si, cada vez que nos relacionamos con otro ser, humano o no, nos elevamos a nivel del espíritu, pensamos que él lo es también y que, por tanto, somos hermanos y parte del mismo todo, seremos felices ayudándolo y comprendiéndolo y perdonándolo. Si partimos de bajo, sin elevarnos al espíritu, nuestro móvil será siempre egoísta y la obra buena no nos hará felices. Si alquimizamos nuestra fuerza creadora sexual, en vez de malgastarla en busca de placeres sensuales, que exigirán su pago en su momento, o en retenerla sin emplear, lo que producirá trastornos psíquicos, y la dirigimos hacia arriba, la convertiremos en pensamientos y en palabras positivas, despertando nuestras facultades creadoras y permitiéndonos hacer buenas obras y escribir libros y componer poemas y redactar artículos y esculpir esculturas y concebir proyectos altruistas e inventar cuentos y pintar cuadros, etc. que harán el mundo más hermoso y mejor y más unido y nos proporcionarán la tan buscada y deseada felicidad.
18.- Tenemos, pues, claro cómo alcanzar la felicidad al tiempo que cumplimos las leyes naturales:
- Si somos parte de Dios y lo sabemos, ¿qué es lo que puede darnos miedo?
- Si, cuando necesitamos ayuda, la tenemos, y lo sabemos, ¿dónde está el problema de la soledad y la sensación de abandono?
- Si, en esa escala ascendente, podemos elevarnos hasta donde nuestra evolución nos lo permita, y participar allí de las mieles de la unión con Dios, ¿cuál es nuestro problema? Quisiera aquí ilustrar esos niveles de conciencia a que la oración nos puede conducir, con un poema de mi citado libro, que no necesita de explicación. Se titula
“Deja que me sumerja en Ti…”
Y dice: Deja que me sumerja en Ti, Señor;
deja que me zambulla en Tus colores;
deja que me disuelva en Tus olores;
deja que me difunda en Tu calor;
deja que me transforme en Tu conciencia;
deja que sienta cómo el tiempo huye
y pasado y futuro, juntos, fluyen
en un presente lleno de presencia;
deja que, siendo yo, pueda ser todos,
y que todos en mí tengan cobijo;
y que, siendo yo Tú, Te sienta mío,
y Tu son y mi son sean uno solo;
deja que la belleza de Tu obra
me impregne todo de su maravilla,
y que Tu amor transforme mi semilla
y me reparta por la Tierra toda,
y llegue a todas partes, y de todas,
reciba dicha, amor y fe y sosiego
y plenitud y risa y agua y fuego
y en mí se fundan todas esas cosas;
y, unido a todo y difundido en Ti,
sea dios y hombre, absorto y absorbido,
porque, Señor, yo siempre, sólo he sido
una parte de Ti viviendo en mí.
- Si todos somos hermanos y lo sabemos, ¿qué base tienen la explotación, la exclusión, la injuria, la venganza, etc.?
- Si todo trabaja y conduce al bien, y lo sabemos, ¿dónde está el mal?
- Si somos inmortales y lo sabemos, ¿por qué temer la muerte?
- Si no existe ningún infierno eterno ni existen castigos, sino las consecuencias de nuestros propios actos, ¿qué temer?
- Si sabemos que la energía sigue al pensamiento, ¿por qué no creamos pensamientos positivos y acabaremos creando un mundo feliz?
- Si sabemos que el karma lo hemos creado nosotros y que, una vez pagado, ya no se debe, ¿por qué quejarnos?
- Si sabemos que nuestro futuro depende de nosotros, ¿por qué no nos ponemos manos a la obra?
- Si sabemos que cada persona de nuestra vida nos trae un mensaje o una enseñanza, ¿por qué no tratamos de averiguar ese mensaje o aprender esa lección?
A poco que miremos en nuestro derredor, nos daremos cuenta de que estamos rodeados de milagros, de que todo son milagros, de que nosotros mismos somos un milagro.
Siempre que veo una película del Oeste, que suelen exhibir unos paisajes impresionantemente bellos, me pregunto cómo esos personajes, en lugar de intentar matarse, sin ni siquiera ver los parajes que atraviesan en sus galopadas, no se sientan a contemplar las bellezas que se les están poniendo delante de las narices y se dan cuenta de la barbaridad que están haciendo.
Como ya sabéis, la poesía me merece mucho respeto. Por eso quiero traer aquí a colación otro verso, un solo verso de otro poema mío, del mismo libro, pero que expresa en sólo ocho palabras lo que todos sentimos ante la naturaleza.
Dice así:
“ ¿Y tú no crees en Dios, habiendo flores?”
¿Qué se puede añadir?
FRANCISCO MANUEL NACHER
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