Siempre me ha llamado la atención que, en muchos pasajes de los Evangelios – especialmente en el de San Mateo - se repita, cuando alguien, especialmente Cristo, hace algo o dice algo, que lo hizo o lo dijo “para que se cumpliera la Escritura”. Y siempre me he planteado las siguientes preguntas: Si Cristo dijo o hizo eso “para que se cumpliera la Escritura”, ¿qué mérito tiene, si Él conocía la Escritura?
Y, ¿por qué la Escritura conocía lo que Él iba a decir o a hacer? ¿Y qué importancia tiene que lo que haga o diga coincida o no con lo que dice la escritura? Me ha parecido siempre uno de esos enigmas que, de un modo instintivo, uno intuye que le va a ser difícil aclarar.
Del mismo modo, me ha resultado siempre embarazosa la afirmación de Max Heindel de que todo lo que sucede en este plano no es sino proyección, cristalización de algo que ya ha sucedido en los planos superiores. Porque me impedía conciliarla con el libre albedrío.
Con esas dos preguntas en el fondo de mi alma he estado viviendo desde que “conocí” a Max Heindel.