Cesáreo de Espira no partió inmediatamente con sus compañeros para su misión de Alemania, porque Francisco lo retuvo consigo algún tiempo para que le ayudase en la redacción de la nueva regla. Cesáreo, por su parte, se quedó de buen grado por gozar un poco más de la compañía de su maestro, a quien temía no volver a ver en la tierra. Esta permanencia fue de unos tres meses, que Cesáreo pasó todavía en el valle de Espoleto, parte en la Porciúncula, parte en la soledad del convento de las Cárceles. Así lo afirma Jordán de Giano en dos pasajes de su Crónica: «Y viendo el bienaventurado Francisco que fray Cesáreo era docto en Sagrada Escritura, le confió el trabajo de adornar con palabras del Evangelio la Regla redactada por él con palabras sencillas. Y él lo hizo». También: «Después que hubo escogido a los hermanos para la misión de Alemania, fray Cesáreo, que era un hombre piadoso y abandonaba de mala gana al bienaventurado Francisco y a los otros santos hermanos, con la autorización del bienaventurado Francisco distribuyó a los compañeros asignados por las distintas casas de Lombardía para que esperasen allí sus instrucciones. Él mismo se entretuvo durante tres meses en el valle de Espoleto» (Crónica, 15 y 19).
Estos pasajes no nos permiten aceptar la afirmación de Lempp y otros, según la cual Francisco habría leído en el Capítulo de Pentecostés de 1221 la redacción primitiva de su regla, tal como acababa de elaborarla con la ayuda de Cesáreo de Espira. Si las cosas hubieran ocurrido así, Jordán, sin duda, habría dejado constancia de ello; en cambio, es evidente que la colaboración entre Francisco y Cesáreo no comenzó hasta después del mencionado Capítulo.
La primera regla que Francisco había escrito en Rivotorto era muy breve y sencilla, según él mismo lo dice en su Testamento y lo confirman todos los biógrafos: «Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me la confirmó». En su mayor parte esta regla primitiva se componía de pasajes sacados de la Biblia, principalmente del Evangelio de San Mateo. Por eso solía llamarla Francisco forma sancti Evangelii, «forma de vida evangélica». En suma, lo que él quería era indicar a los hermanos la mejor manera de «seguir el Evangelio».
No poseemos hoy esta primera regla franciscana, y todos los esfuerzos que se han hecho para reconstituirla, aunque sutiles y numerosos, han resultado fallidos. Sin embargo, hay que convenir en que todas esas tentativas han partido de un principio verdadero, es a saber, que eso que se designa con el nombre de Regula Prima, Regla de 1221 o Regla no bulada, nos presenta incontestablemente la regla primitiva de la Orden, desfigurada, eso sí, con una muchedumbre de adiciones, modificaciones y ampliaciones posteriores.