Amanece en el desierto. La oscuridad va dejando paso a la luz del alba.
El frío de la noche se aleja, dejando una estela de rocío sobre las pocas plantas que se atreven a crecer en esta inmensidad encantada.
Un pequeño escarabajo despierta haciendo un surco bajo la arena comenzando su diaria tarea en búsqueda de alimento.
Poso mis manos sobre la fina arenisca, las lleno de ella elevándolas al cielo; abriéndolas y dejando la arena caer cual reloj sin tiempo que marcar, sus diminutas partículas se esparcen llevadas por el viento, lejos, no importa dónde.
Los primeros rayos comienzan a perderse en el horizonte, pronto el rey Sol se dejará ver en todo su esplendor.
Sumido en la contemplación del bello espectáculo de un nuevo día, único, irrepetible, unas palabras resurgen en mi corazón:
«Yo envío delante de mí a mis hermanos, allanad el camino de mi vuelta, os traigo lo que os prometí».
«Ven, conmigo ven, llegó la hora del viento».
EL ANCIANO JUAN
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