miércoles, 7 de febrero de 2018

ANAM CARA: CAPITULO 22


Nacer es ser elegido
Nacer es ser elegido. Nadie está aquí por casualidad. Cada uno fue enviado a cumplir un destino particular. A veces el significado profundo de un suceso sale a la luz cuando se lo interpreta de manera espiritual. Considérese el momento de la concepción: las posibilidades son infinitas. Pero en la mayoría de los casos se concibe un solo niño. Esto parece sugerir la intervención de cierta selectividad. Ésta sugiere a su vez la presencia de una providencia protectora que te soñó, te creó y se ocupa de tí. Nadie te consultó acerca de los grandes problemas que forjan tu destino: cuándo ha­brías de nacer, dónde y de qué padres. Imagina la diferen­cia en tu vida si hubieras nacido en la casa vecina. No se te ofreció un destino para elegir. Dicho de otra manera. Se dispuso un destino especial para ti. Pero también se te dio libertad y creatividad para trascender los dones, crear un conjunto de nuevas relaciones y forjar una identidad cons­tantemente renovada, que incluye la vieja pero no se limita a ella. Éste es el ritmo secreto del crecimiento, que obra dis­cretamente detrás de la fachada exterior de tu vida. El des­tino crea el marco exterior de la experiencia y la vida; la li­bertad encuentra y llena su forma interior.

Millones de años antes de que llegaras, se preparó cui­dadosamente el sueño de tu individualidad. Se te envió a una forma de destino que te permitiría expresar el don singu­lar que traes al mundo. Cada persona tiene un destino sin­gular. Cada uno debe hacer algo que nadie más puede. Si otro pudiera cumplir tu destino, sería él quien ocuparía tu lugar y tú no estarías aquí.
Es en lo más profundo de tu vida donde descubrirás la necesidad invisible que te trajo aquí. Cuando empiezas a desentrañarlo, tu don y la capacidad de emplearlo cobran vida. Tu corazón se acelera y la urgencia de vivir reaviva la llama de tu creatividad. Si puedes despertar este sentido del destino, entras en consonancia con el ritmo de tu vida. Pierdes esa consonancia cuando reniegas de tu potencial y tu talento, cuando te refugias en la mediocridad para desoír la llamada. Cuando eso sucede, tu vida se vuelve aburrida, rutinaria, o cae en el automatismo anónimo. El ritmo es la clave secreta del equilibrio y la co­munión. No caerá en la falsa satisfacción ni en la pasivi­dad. Es el ritmo de un equilibrio dinámico, de una buena disposición del espíritu, una ecuanimidad que no está con­centrada en sí misma. Este sentido del ritmo es antiguo. La vida nació en el océano; cada uno viene de las aguas del útero; el flujo y reflujo de las mareas vive en nuestra respi­ración. Cuando estás en consonancia con el ritmo de tu naturaleza, nada perjudicial puede alcanzarte. La Provi­dencia está en comunión contigo; te protege y te transpor­ta a tus nuevos horizontes. Ser espiritual es estar en conso­nancia con el propio ritmo.
El mundo subterráneo celta como resonancia
A menudo pienso que el mundo interior es como un paisa­je. Aquí, en nuestro mundo de piedra caliza, nunca se aca­ban las sorpresas. Es hermoso hallarse en la cima de una montaña y descubrir un manantial que sale de debajo de las grandes piedras. Viene del corazón de la montaña, allí donde jamás penetró ojo humano. La sorpresa del manan­tial sugiere fuentes arcaicas de conciencia que despiertan en nuestro interior. Con súbita frescura nacen nuevos ma­nantiales.
No es casual que en el mundo celta los manantiales fueran sagrados. Se veían como umbrales entre el mundo subterráneo oscuro e ignoto y el mundo exterior de la luz y la forma.
En tiempos antiguos se concebía la tierra de Irlanda como el cuerpo de una diosa. Se veneraba los manantiales como lugares por donde manaba la divinidad. Como dijo Manannan MacLir: «Quien no beba de la fuente no tendrá sabiduría». Aún hoy la gente visita los manantiales sagra­dos. Visitan varios, caminando en el sentido de las agujas del reloj, y con frecuencia dejan exvotos. En cada uno en­cuentran distintas clases de curación.
Cuando brota un manantial en la mente, surgen nue­vas posibilidades; uno encuentra en sí mismo una pro­fundidad y una vitalidad desconocidas. El irlandés James Stephens se refiere a este arte del despertar cuando dice:
«La única barrera es nuestra disposición». Con frecuencia permanecemos exiliados, marginados del mundo fecundo del alma simplemente porque no estamos dispuestos. De­bemos preparar el corazón y la mente. Son muchas las ben­diciones y la belleza próximas que nos están destinadas, pero no pueden entrar en nuestra vida porque no estamos preparados para recibirlas. El tirador está en el lado inte­rior de la puerta; sólo uno mismo puede abrirla. A veces nuestra falta de preparación se debe a la ceguera, el miedo, la deficiente autoestima. Cuando estemos preparados, se­remos bendecidos. En ese momento la puerta del corazón será la puerta del Cielo. Shakespeare lo dijo en El rey Lear. «Los hombres han de sobrellevar/su partida como sucedió con su llegada;/lo único que importa es la madurez».
Transfigurar el amor propio: liberar el alma
A veces nuestros proyectos espirituales nos alejan de nues­tra comunión interior. Nos volvemos adictos a los métodos y proyectos de la psicología y la religión. Estamos tan de­sesperados por aprender a ser que nuestra vida pasa y des­cuidamos la práctica de ser. Uno de los aspectos jubilosos del intelecto celta es su sentido de la espontaneidad. Ésta constituye uno de los mayores dones espirituales. Ser es­pontáneo es huir de la jaula del amor propio al confiar en aquello que lo trasciende. El amor propio es uno de los ma­yores enemigos de la comunión espiritual. Tiene poco que ver con la forma verdadera de la individualidad. Es un yo falso, nacido del miedo y una actitud defensiva, una coraza protectora que erigimos en torno de nuestros afectos. Es un producto de la timidez, de la incapacidad de confiar en el Otro y respetar la propia Alteridad. Uno de los mayores conflictos en la vida es el que se libra entre el amor propio y el alma. El amor propio, por sentirse amenazado, es competi­tivo y tenso; por el contrario, el alma se siente atraída por lo sorprendente, espontáneo, nuevo y fresco. Evita lo cansado, gastado o repetitivo. La imagen del manantial que brota de la costra dura del suelo revela la frescura que puede brotar súbi­tamente del corazón dispuesto a las nuevas vivencias.
No hay programas espirituales
En nuestra época hay una gran obsesión por los programas espirituales. Éstos tienden a ser muy lineales. Imaginan la vida espiritual como un viaje con una serie de etapas. Cada una tiene su propia metodología, negativismo y posibilida­des. Semejante plan suele convertirse en un fin en sí mis­mo. Arroja sobre uno el peso de su propia presencia natu­ral. Un plan así puede dividirnos y separarnos de lo más íntimo de nuestro ser. Se abandona el pasado por irredento, el presente se utiliza como punto de apoyo de un futuro que promete santidad, integración o perfección. El tiempo, al ser reducido a un progreso lineal, es despojado de pre­sencia. El místico del siglo XIV Juan Eckhart, llamado Maestro Eckhart, revisa drásticamente el concepto mismo de proyecto espiritual. Según él, no existe la travesía espiri­tual. Es una idea algo escandalosa, pero vivificante. Una travesía espiritual, si existiera, tendría unos centímetros de longitud y muchos kilómetros de profundidad. Estaría en consonancia con el ritmo de tu naturaleza profunda y tu presencia. Esta sabiduría nos reconforta. No tienes que ale­jarte de tu yo para entrar en conversación con tu alma y los misterios del mundo espiritual. Lo eterno tiene un lugar... dentro de ti.
Lo eterno no está en otra parte; no es remoto. No hay nada tan próximo como lo eterno. Lo dice la bella frase cel­ta: Tá tir na n-ógar chulán tí -tír álainn trina chéile-. «La tierra de la juventud eterna está detrás de la casa, una hermosa tierra contenida en sí misma». El mundo eterno y el mortal no son paralelos; están unidos. Así lo dice la hermosa ex­presión gaélica fighte fuaighte: «tejidos entretejidos».
Detrás de la fachada de nuestra vida normal, el destino eterno forja nuestros días y caminos. El despertar del espí­ritu humano es un regreso a casa. Sin embargo, irónicamente, nuestro sentido de lo conocido suele militar contra ese regreso. Hegel dijo que «una cosa sigue siendo desco­nocida precisamente porque nos es familiar». Es un con­cepto poderoso. Detrás de la fachada de lo familiar nos aguardan cosas extrañas. Así sucede en nuestras casas, donde vivimos, e incluso con las personas que viven con nosotros. El mecanismo de familiaridad introduce una gran insensibilidad en las amistades y otras relaciones.
Re­ducimos la imprevisibilidad y el misterio de la persona y el paisaje a la imagen exterior conocida. Pero es una mera fa­chada. La familiaridad nos permite someter, controlar y en definitiva olvidar el misterio. Hacemos las paces con la imagen superficial a la vez que nos apartamos de la Alteridad y la fecunda turbulencia que ella disimula. La familia­ridad es una de las formas más sutiles y penetrantes de alie­nación humana.
En un libro de conversaciones con Pedro Mendoza, Gabriel García Márquez dijo acerca de su relación de trein­ta años con su esposa Mercedes: «La conozco tan bien que no tengo la menor idea de quién es en realidad.» Para Már­quez, la familiaridad incita a la aventura y el misterio. Por el contrario, las personas más próximas a nosotros a veces se vuelven tan familiares que se pierden en una distancia sin estímulo ni sorpresa. La familiaridad puede ser una muerte discreta, una rutina que se prolonga sin ofrecer nuevos desafíos ni aliento.
Esto sucede también con nuestra vivencia de los luga­res que conocemos. Recuerdo mi primera noche en Tu-binga. Pasaría cuatro años allí, estudiando a Hegel, pero esa primera noche la ciudad me era extraña y totalmente desconocida. «Mírala muy bien», pensé, «porque nunca volverás a verla así. Y así fue. Al cabo de una semana co­nocía el camino a las aulas, el comedor y la biblioteca. Una vez conocidas las rutas a través de esa tierra extraña, en poco tiempo se volvió familiar y dejé de verla tal como era.
Para muchos es difícil despertar al mundo ulterior, so­bre todo cuando su vida se ha vuelto excesivamente rutina­ria. Les resulta difícil encontrar algo nuevo, interesante o incitante en su existencia insensibilizada. Sin embargo, ya se nos ha dado codo lo que necesitamos para el viaje. Por consiguiente, hay mucho de insólito en la luz umbría del mundo espiritual. Debemos conocer mejor esa luz discre­ta. El primer paso para despertar a tu vida interior, a la pro­fundidad y la promesa de tu soledad, sería que te conside­raras momentáneamente un extraño en lo más profundo de tu ser. Visualizarte como un forastero, alguien que ha desembarcado en tu vida, es un ejercicio liberador. Esta meditación te ayuda a quebrar la llave de fuerza de la auto-satisfacción y la rutina. Poco a poco empiezas a intuir el misterio y la magia que hay en tí. Comprendes que no eres el dueño impotente de una vida insensible, sino un hués­ped de paso provisto de bendiciones y posibilidades que no pudiste inventar ni ganar.

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