lunes, 12 de junio de 2017

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque) Capitulo VI (Tercer Escrito)


DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VI (Tercer Escrito)
Cualquiera de los tres nombres que os he dado, os servirá de indicador para todo cuanto debéis hacer. ¡Y silencio!, porque en Jerusalén, el silencio es como el vellocino de lana que embota todas las flechas y anula al odio y a la muerte. ¿Comprendéis? Lo comprendemos dijeron, y dando al esenio un bolsillo de monedas de oro para el mantenimiento de los huérfanos enfermos, partieron antes del mediodía.
Las dos últimas jornadas antes de Jerusalén eran Baal y Beth-Jesimot. Después, los valles y los bosques frondosos de la ribera del Jordán, que era como la muralla encantada de esmeraldas y zafiros, que les ocultaba la vista de la dorada ciudad de David y Salomón.

Dejemos unos momentos a nuestros viajeros para observar otro escenario diferente donde actúan personajes que son el reverso de la moneda, el polo opuesto de los que hasta hoy hemos encontrado: Herodes el Grande y su inseparable Rabsaces, mago caldeo, al que él llamaba su médico de cabecera; y el cual se prestaba dócilmente a satisfacer todos los caprichos de su regio amo, así fuera a costa de los más espantosos crímenes.
Y todo ello silencioso y discretamente, en forma que las gentes incautas siguieran creyendo que, a pesar de los impuestos y tributos excesivos y de sus escandalosas orgías, aquel reyezuelo de Judea merecía en parte su sobrenombre de Grande, siquiera fuera por el esmero que ponía en dotar al país, de populosas ciudades de estilo romano.
Escuchemos la conversación del Rey con su médico favorito, a poco de haber ocurrido la conjunción de Júpiter y Saturno. —Señor, vuestro consejo de astrólogos asirios y caldeos han visto en los cielos un peligro para vuestro trono y vuestra dinastía. ¿Qué hay, Rabsaces?... ¿Vienes con otro fantasma de humo según costumbre? –contestóle Herodes.
No, señor; los astros anuncian el nacimiento en Judea de un extraordinario ser, de un súper-hombre que cambiará el rumbo de la humanidad. “Y si nace aquí, señor..., ¡no será seguramente para vivir oculto tras de una puerta!...
¿Sino que buscará un trono..., quieres decir? Vos lo decís, señor... —Y bien; puesto que tú y mi consejo de astrólogos les siguen a los astros tan de cerca los pasos, y decís saber hasta lo que dicen las águilas en su vuelo, podréis averiguar con facilidad en qué lugar preciso nace ese personaje y de qué familia proviene. ¡Señor!..., convenid en que el mundo es grande, y precisar ya que nacerá en Judea, es bastante saber. ¡Judea, que entre todas las tierras habitadas por hombres; es menor que un pañuelo de manos en vuestro inmenso guardarropas!...
Bien. Lo comprendo, pero te recomiendo que me averigües cuanto sea posible a este respecto. Y, ¡ay de ti y de tus compañeros si llego a saber por otro conducto, que el sujeto ese, es mi vecino, y vosotros, perezosos sabuesos, nada habíais olfateado! No paséis cuidado, señor, que no volará una mosca que no lo sepamos.
Vete, y no vengas con mentiras, porque ya sabes que no me gustan los sortilegios de mala ley. Y el mago salió de la cámara real maldiciendo el mal humor del Rey y su triste suerte, que le obligaba a vivir entre el miedo y el crimen cuando podía gozar de paz y tranquilidad en su lejana aldea natal. Y el miedo le hizo poner espías y agentes en todos los rincones de la ciudad y pueblos importantes de Judea.
Y fue así, que cuando nuestros viajeros del lejano Oriente entraron en la ciudad, uno de estos espías, fue con la noticia a Rabsaces de los extranjeros que habían llegado de lejanas tierras, y que al entrar por una de las puertas de la ciudad, habían besado la tierra mientras exclamaban:
“¡Tierra bendita que has recibido al Rey de los Reyes!...”
Y Rabsaces se puso sobre la pista de aquellos hombres que de seguro debían saber algo referente a lo que causaba todas sus inquietudes. Les vio ir al Templo y en los atrios comprar las ofrendas de pan, de flor de harina, incienso, mirra y ramas de olivo; y acercándose humildemente y con grandes reverencias, les ofreció sus servicios como guía, para acompañarles por todos los parajes y monumentos de la gran ciudad y fuera de ella.
De seguro que vendréis en busca del Rey de los Reyes, cuyo nacimiento anunciaron los astros. Los viajeros se miraron con extrañeza y Baltasar contestó con gran discreción:
Los astros no anunciaron un Rey de la tierra, sino un mensajero divino que trae la luz de la Verdad Eterna a los hombres. — ¡Será un gran Profeta...!, –exclamó Rabsaces–. De todos modos, mis señores, si sois afortunados y le encontráis, no echéis en olvido este humilde siervo, que se sentirá dichoso de besar la tierra que pisen sus pies. Todos los días me encontraréis aquí, a la puerta del Templo de Jehová, esperando vuestras noticias.
Que Dios sea contigo y con los tuyos, buen hombre –le contestaron los viajeros–, y entraron al Templo.
El mago por su parte dejó uno de sus agentes, para que al salir los viajeros les siguiera sin perderles de vista.
Un Levita les llevó hasta el altar de los perfumes donde Esdras ofrecía los holocaustos acostumbrados, mientras las vírgenes cantaban salmos y los Levitas agitaban incensarios. Cuando los viajeros presentaron sus ofrendas, le repitieron al sacerdote las palabras que les enseñó el esenio de la colonia de huérfanos de Bethpeor, y Esdras clavó su investigadora mirada en cada uno de ellos. Cuando se hayan consumido vuestras ofrendas, hablaremos les dijo en voz muy baja, y continuó los oficios mientras los viajeros a pocos pasos e inmóviles, adoraban al Uno Invisible que lo mismo bajo las doradas cúpulas de aquel Templo, que bajo el cielo bordado de estrellas, o entre las susurrantes hojas de los árboles, se hace sentir de las almas llegadas a la comprensión de que Dios es el hálito de vida que vibra en todos los seres y en todas las cosas. Simeón de Betel, el esenio que consagró a Yhasua, salió de las dependencias interiores del Templo y cuando Esdras terminó la liturgia se acercó y le dijo:
Esos viajeros son Iniciados de Escuelas Santas hermanas de la nuestra, que vienen en busca de Yhasua. No les dejes salir por el atrio que hay espías del Rey, cuyos magos le han anunciado el nacimiento de un Rey de reyes.
Cuando los Levitas dejen los incensarios, los haremos salir por el camino secreto. Nuestro Padre Jeremías me lo acaba de anunciar en la oración. Así lo haremos contestó Esdras. Simeón volvió a la sala de los incensarios, donde estaba la puerta secreta del camino subterráneo hacia la tumba de Absalón. Después de dejar Esdras sus vestiduras de ceremonia, se dirigió a los viajeros y les dijo:
No saldréis por el atrio por donde habéis entrado porque tenéis espías que siguen vuestros pasos. Sabed que los hijos de la luz debemos vivir en la sombra, hasta que la luz sea tan viva que traspase las tinieblas. ¿Y por dónde hemos de salir? preguntó Melchor con cierta inquietud.
Descansad en nosotros y esperad unos momentos más. Cuando todos los levitas habían dejado sus incensarios y aquella sala quedó desierta, Esdras introdujo a los viajeros por el camino subterráneo que iba a la tumba de Absalón. Mientras tanto, Simeón de Betel se había arreglado con dos Levitas de su mayor confianza para que ocultasen las cabalgaduras de los viajeros en las granjas de Betania juntamente con sus equipajes.
¿Qué país es éste?... preguntaba Baltasar, caminando trabajosamente por el oscuro subterráneo, sólo alumbrado por las cerillas que en lugar de antorchas llevaban como para no tropezar con las puntas salientes de las rocas, que hacían de soportes en aquella rústica construcción subterránea. ¿Qué país es éste, en que baja el Avatar Divino, y aquellos que lo saben y le esperan, deben ocultarse como bandoleros perseguidos por la justicia?
Entre los hijos del Irán todo el pueblo estaría de fiesta.
Es que el pueblo judaico exasperado por las humillaciones del vasallaje delira por un Mesías Rey y Libertador, juzgando que ningún bien mayor puede esperar que la libre soberanía de la nación. Y el sagaz Idumeo que ocupa actualmente el trono de Israel, que no le pertenece, vive inquieto pensando en que puede surgir de un día a otro, un hombre capaz de unificar el pueblo y levantarlo en armas contra él.
“Sus magos le han descifrado el lenguaje de los astros,
y él ha soltado espías como una bandada de buitres por todo el país para averiguar la aparición de ese Mesías Libertador que Israel espera. Así trataba de explicar Esdras, el extraño fenómeno observado por los extranjeros. ¡De un pueblo que espera al Mesías y al cual hay que ocultarle la llegada del Mesías! ¿Quién podría hacer que aceptaran las masas, la superioridad excelsa de un hombre al cual no rodea grandeza material ninguna? preguntaba a su vez Gaspar, con esa certera visual del anciano experimentado, en las formas de ver y apreciar personas y cosas, cuando ellas no aparecen envueltas en ese esplendor a simple vista que tanto seduce y arrastra a las multitudes.
Krishna fue un príncipe de la dinastía reinante en Madura –añadió Baltasar–, y debido a eso pudo vencer las grandes dificultades que los genios de las tinieblas desataron a su paso. “Buda fue el príncipe de la dinastía reinante en Nepal,
y las masas se sienten subyugadas siempre por las figuras grandes que aparecen sobre los tronos. “Moisés, fue un hijo oculto de la princesa Thimetis, hija del Faraón, y a eso debió que fuera respetada su vida, y que el Faraón temiera el castigo de sus dioses, si derramaba su propia sangre.
Pero Yhasua es un infantillo hijo del pueblo, sin antecesores reales, sin grandeza material ninguna, porque debiendo ser ésta la coronación de todas sus vidas mesiánicas, ha de sentir de una vez por todas, los grandes principios de igualdad y de fraternidad humanas, y que la sola diferencia existente entre los hombres, es la conquistada por el esfuerzo mental y espiritual de cada uno. ¿Qué otra cosa pensáis que quiso expresar un oscuro profeta del Irán, cuando dejó escrito enigmáticamente versículos como éstos?:
“En el heno de los campos que verdean en la ribera oriental de la Mar Grande, anidará un día el pájaro azul, a cuyo canto se derrumbarán las arcaicas civilizaciones y surgirán las nuevas”.
“En las arenas de los campos dejará las huellas de sus pies y el polvillo de su plumaje”. “Comerá el pan moreno de los humildes y sacará por sí mismo las castañas de las cenizas”. “Ninguno cobrará jornal de sus manos ni será llevado jamás a hombros de sus esclavos”. ¿Comprendéis? Vuestro profeta desconocido, a mi juicio, quiso decir que el Avatar Divino nacería y viviría entre las masas anónimas o ignorado del pueblo contestó Melchor. Justamente, esa es la creencia que en las Escuelas Secretas de la Persia tienen en general. Y así es la realidad añadió Esdras.
El pájaro azul ha colgado su nido en el huerto de un artesano, aunque algunas antiguas escrituras y tradiciones aseguran, que sus lejanos antepasados descienden del Rey David. Un largo milenio de años ha borrado necesariamente el brillo en esa brumosa genealogía.
El tiempo tira abajo realezas y poderío. Hablando así, continuaron aquel viaje subterráneo hasta que fueron a salir a la tumba de Absalón, donde ya les esperaban los Levitas que habían ocultado los equipajes y cabalgaduras en una antigua granja de Betania, cuyos dueños eran Sofonías y Débora, parientes cercanos de algunos de los esenios que servían como sacerdotes y Levitas en el Templo.
Sofonías y Débora, padres de aquel Lázaro que las tradiciones dan como un resucitado del Cristo, comenzaron desde la primera infancia del Bienvenido, a prestar su morada en servicio suyo, como si su íntimo Yo les hubiera marcado de antemano su ruta, de aliados firmes y decididos para toda la vida de Yhasua sobre la Tierra.
Hacia ese hogar fueron conducidos los viajeros del Oriente, hasta que pasados unos días de ocultamiento, pudieron llegar a Betlehem disfrazados de vendedores de olivas y frutas secas, que sobre asnos y en grandes sacos, enviaban Sofonías y Débora para la casa de Elcana, que hospedaba a la familia carnal del Cristo-hombre y para los solitarios del Monte Quarantana, cuyo servidor era hermano de Sofonías.
Y los espías de Herodes, no pudieron reconocer en los rústicos conductores de aquella tropilla de asnos, cargados de productos frutales, a los graves filósofos del Oriente, que a costa de tantos sacrificios buscaban sobre la Tierra a Yhasua el Cristo. Tal fue en realidad el hecho que las tradiciones antiguas han llamado: la Adoración de los Reyes Magos.
Así llegaron a la ciudad cuna del Rey David, aquellos Jefes de Escuelas de Divina Sabiduría venidos desde el lejano Oriente, sólo para cerciorarse por sí mismos de que el Gran Ungido había bajado al planeta Tierra, tal como los astros lo anunciaron. Tenía ya el niño diez meses y veinticinco días, cuando del Oriente llegaron hasta su cuna.

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