Durante muchas semanas María guardó el secreto en su corazón, reflexionando a solas sobre esta visitación; hasta que estuvo segura de que estaba encinta. Sólo entonces se atrevió a revelar estos acontecimientos inusitados a su marido. Al escuchar José este relato, aunque confiaba plenamente en María, quedó muy preocupado y perdió el sueño durante muchas noches. Primero dudaba la visitación de Gabriel. Eventualmente, cuando se persuadió casi totalmente de que María había realmente oído la voz y contemplado la forma del mensajero divino, su mente se vio convulsionada al reflexionar sobre cómo podían ocurrir tales cosas. ¿Cómo era posible que un hijo de seres humanos fuera un hijo de destino divino? José no podía reconciliar estas ideas contradictorias hasta que, después de varias semanas de reflexión, tanto él como María llegaron a la conclusión de que habían sido elegidos como padres del Mesías, aunque el concepto judío no presuponía que el liberador esperado fuera de naturaleza divina. Al llegar a esta conclusión importantísima, María se apresuró a ir a visitar a Elizabeth.
En el viaje de vuelta, María visitó a sus padres, Joaquín y Ana. Sus dos hermanos, sus dos hermanas y sus padres consideraban con escepticismo la misión divina de Jesús, aunque por supuesto en ese entonces nada sabían de la visitación de Gabriel. Pero María sí le confió a su hermana Salomé que creía que su hijo estaba destinado a ser un gran maestro.
La anunciación de Gabriel a María ocurrió al día siguiente de la concepción de Jesús y constituyó el único acontecimiento de naturaleza supernatural del embarazo y alumbramiento del hijo prometido.
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