viernes, 24 de marzo de 2017

Ramtha El aliento de la vida.


He aquí la flor. Viene de la Fuente. Su base es el pensamiento, Dios divino, el elemento de vida, que aunque es el principio de toda luz, su momento singular en pensamiento es creativamente aquello que en verdad llamamos la flor en todos sus componentes; de este modo la flor es la forma ideal de su pensamiento, su brillantez de color, la luz que emana y su belleza, y sin embargo no es completamente la Fuente, o el ideal de la Fuente.
Observa el maravilloso árbol. «Magnifico árbol, ¿de dónde vienes? ¿Cuál es tu patrón?» El árbol me contesta: «el patrón es el pensamiento perfecto». El pensamiento de lo que es el árbol, la culminación de lo que le dio la personificación en la materia y en la luz, es la Fuente, la fuerza de la vida.
El pensamiento del árbol se manifiesta a través de la belleza de la fuerza vital que mantiene el ideal perfectamente en el árbol adulto y en lo que se llama, en verdad, su hermosa semilla.
Sin embargo no es la Fuente, es un árbol que viene de la Fuente, el ideal.


¿Y qué sería la Fuente? La Fuente —la causa creativa, la personificación colectiva de Dios— es Dios expresándose en su totalidad más allá del origen y de su comunión con todas las cosas en la continuidad.
Él es primero, y en todo lo que se ha convertido, él se ha convertido primero, pues por él mismo ha tomado de sí mismo la base de su ser y pensamiento puro, para convertirse en el creador y así emanar el pensamiento del hermoso árbol, la flor encantadora, y todas las demás cosas que se pueden ver en su reino perfecto sobre éste, vuestro plano.
Entonces, ¿qué sería el Cristo? El Cristo es, en verdad, el movimiento singular único, el ideal perfeccionado, que es totalmente la Fuente de su ser.
El Cristo es el ideal de la Fuente-Padre, la esencia.
El Cristo es la Fuente en forma móvil, el máximo creador.
De este modo cuando uno sirve a «la fuerza», uno sirve al creador de «la fuerza», y se le llama Cristo, Dios emanando en el ideal de su ser, llamado hombre.
En verdad, pobre de ti, manso y humilde. ¿Cómo puedes
ser así, tú que posees el poder de todas las cosas sin realizarse? Tú eres lo único. Tú eres lo único hermoso procedente de la Fuente que es Dios con toda perfección.

Hacia ti, Cristo, yo soy un sirviente.
Y vosotros, mis hermanos, que os sentáis en vuestro dominio en cualquier lugar del pensamiento, en cualquier ideal o actitud que adoptéis; en verdad no os dais cuenta que en todo momento, al emplear erróneamente la Fuente evocando trivialidades, a través de éstas os habéis aplacado sobre un plano ilusorio en el que podéis demostrar vuestra pequeñez y vuestra verdad con todos los elementos de vuestro diseño, pero nunca con la perfección con la que diseñasteis el árbol, pues el árbol no conoce la muerte —solo la reconoce en ti, el dador de su vida. Tú eres divino, radiante y grandioso. Tú eres la Fuente perfecta. Reflexiona sobre esto.

Ahora piensa por un momento: ¿has visto alguna vez un exótico colibrí bebiendo el néctar de un lirio? ¿Lo has visto?
Si no lo has visto, yo te enviaré uno. Que así sea.
¿Has visto alguna vez lo que se llama la metamorfosis de un gusano o una mariposa espléndidamente ataviada? Si no la has visto, yo te enviaré una. ¿Has visto alguna vez la esencia perlada de un pez estrellado en el agua de un arroyo que susurra al mediodía, o un arco iris sumergido en el mar? Si no los has visto, yo te enviaré donde los puedas ver.

¿Y has contado alguna vez los insectos y sus especies? ¿Has contado alguna vez todas las especies del reino animal?
¿Nunca has visto a través de un cristal el sol del mediodía, el sol del atardecer o la luna? ¿Cuántas flores existen? Y tú aún no puedes crear el color de sus delicados pétalos.

Ahora, ¿cuántas especies diferentes de heléchos existen? ¿Y quién decidió que el musgo —me imagino que lo has visto alguna vez— siempre crecería en la cara norte de las cosas para ser algo así como una brújula para los transeúntes? ¿Quién creó eso? ¿Quién creó a la gran garza que pesca en el mar?
Y el modo en que pesca es asustando y correteando a los peces y llevándolos hasta la costa, y una vez allí se cubrirá los ojos con su ala y los seguirá con la mirada a través del agua. ¿Quién le dio esa inteligencia?

¿Quién le dio, y en verdad así fue, la inteligencia a una flor para que oliera a carroña, a carne podrida, y que incluso pareciera carne podrida? ¿Quién la diseñó para que pudiera atraer a una mosca que se posara en ella y pusiera sus huevos dentro de la flor para así criar sus larvas, y que estas larvas fueran entonces digeridas por la flor? ¿Quién creó eso?
¿Y quien creó a la gran planta cuya hoja creció tan ancha que pudiera envolverse a sí misma para atrapar y recoger el rocío de la mañana —cada preciosa gota— porque se sentía sola, para que así una pequeña rana muy especial pudiera vivir allí y hacerle compañía? ¿Quién creó eso? ¿Quién le dio ese conocimiento?
¿Y quién de vosotros, egipcios en una vida pasada, creó la cigüeña egipcia que puede llevar consigo una piedra? Ahora, mira esto: si no puede romper el huevo de un avestruz recoge una piedra y la deja caer hasta que lo resquebraja. ¿Quién de vosotros, entidades inteligentes, le enseñó eso? ¿Y quién de vosotros creó el salmón para que viva aventuras y juguetee en un mar lejano, y cuando su vida haya trascurrido, su adolescencia haya sido vivida y su alma esté cargada con la experiencia, ésta le enseñe cómo regresar a casa, cómo dar vida a una nueva generación para que ellos regresen como sus hijos; y que morirá y su carne descompuesta alimentará a sus crías? ¿Quién de vosotros le enseñó cómo regresar a casa?
¿Y quién de vosotras, mujeres, le enseñó a un animal de manada —escojamos uno, la gacela— a correr como una bailarina elocuente que parece haber nacido con alas? ¿Quién de vosotras le enseñó cómo dar a luz a su bebé? ¿Y quién de vosotras le susurró al oído al bebé que permaneciera quieto como una piedra? ¿Y quién de vosotras le dio al bebé la sabiduría para no tener olor ninguno? ¿Quién de vosotras lo hizo?
Éstas son cosas que la mayoría de vosotros os habéis perdido, porque vivís en una jungla de cemento competitiva y todo lo que hay en esa jungla son animales carnívoros, cosas oscuras. Esto es todo lo que os habéis distanciado de la gracia llamada vida. Bueno, esto es sólo una pequeña porción de la belleza de esta vida. Pero todos les disteis el aliento a esas formas acuosas creativas llamadas células. Les disteis un patrón. Le disteis a la célula el aliento de la vida, lo que se llama los patrones de destino. ¿Sabéis quién hizo eso? Vosotros lo hicisteis. ¿Sabéis cómo lo hicisteis? Desde el sentimiento del Ser, cautivándolo con el alma y sintiendo algo hasta darle vida.
¿Sabías que con una tira de tejido sustraído de tu nariz vosotros ni siquiera sabéis esto, están clonando dobles a partir de las células? ¿Sabías que una célula posee el patrón del todo? ¿Sabías que cada forma de vida, cada cosa en la vida tiene el patrón del todo? Es verdad.
Ahora, darle el aliento de la vida a lo que vosotros creasteis al sentirlo hasta su existencia, no quiere decir que le disteis las funciones vitales a la criatura. El aliento de la vida fueron los patrones de destino. Vosotros les disteis su inteligencia, y ésta continuará para siempre. ¿Suena absurdo? No, y aún hay mucho más que contar sobre esta historia. Yo os enviaré los mensajeros con la visión para que llenéis los huecos donde las palabras no son suficientes. Que así sea.
EN EL PRINCIPIO SE HIZO EL VACÍO, Y EL VACÍO SE CONTEMPLÓ A SÍ MISMO
Maestro, si estás cansado de tu vida en el mundo del mercado, de las idas y venidas, los olores, los gritos y las maldiciones, la basura y la belleza de todas esas cosas maravillosas que hay en tus ciudades y en sus puertas... sal cuando llegue la medianoche a tus cielos y mira a las estrellas. Busca una que cuelgue como una joya, que sea tan grandiosa. Mírala, aparentemente es más grande que las que están a su alrededor, pero no es lo suficientemente grande como para privar a las otras de su luz. Y no es tan grande como para iluminar la medianoche en su totalidad y destruir el telón de fondo del vacío fundamental, que da a las pequeñas y brillantes estrellas su precioso ser.
Fija tu mirada sobre tu estrella, y si ves en dirección al oeste, verás la luna plateada. ¡Qué hermosa cuelga ahí arriba! Ahora, mira la joya y la luna y ve más allá del horizonte ve más allá a ver si puedes penetrar en el vacío de la medianoche; ve hasta donde alcance tu mirada.

Maestro solitario, tan pequeño, tan diminuto, tan infinitamente pequeño en tu mundo; sal y ve este inmenso reino que ha vivido durante eones en tu tiempo. Yo te enseñaré qué poder tienes. Mira a las estrellas, qué hermosas son. Ellas no hablan.
No callan hombre. No condenan al hombre. No aplacan al hombre. No evocan al hombre. Ellas no hacen ninguna de estas cosas, sólo expresan libremente. Qué poderosas son.
Qué hermoso es ver algo y que puedas contemplar su belleza sin timidez o vergüenza; y que siempre estará ahí remarcablemente para recordarte, quizás a través de alguna memoria, tu anciana edad y tu poder, lo infinitamente pequeño que crees poder ser. Ahora mira hacia la joya que cuelga del cielo; qué brillante es su luz, qué maravillosa. Ahora cierra los ojos. Cuando cierras tus ojos ya no la puedes ver. Tú tienes un poder mayor sobre la estrella, pues en un abrir y cerrar de ojos ya no está ahí. Cuando el hombre los abre otra vez y mira hacia el cielo, ella aún está ahí, esperando que él la vea otra vez.

Y la misma joya que está en tus cielos, el mismo ser maravilloso, esperará de nuevo hasta diez años en tu vida, cuando tú salgas otra vez y observes su belleza. Las estrellas son así de pacientes.
Ahora, ¿qué pasa con el maestro que crece con esta experiencia, reflexiona y observa los cielos, y desea estar ahí, pues aparentemente ahí reina la paz? No hay voces. Solo hay luz, vida abundante y un abundante resplandor.
Y en algún lugar de su masa está Dios, y él desea ir ahí.
El hombre desea ascender entre las estrellas, ¿y por qué razón? Para dejar atrás todo el fango y la oscuridad, la chusma del mercado, la condena y todas las pequeñeces que se le ha obligado a sentir sobre sus espaldas. ¿Quién sabe que tú eres Dios? ¿A quién le importa? ¿Quién sabe que tú eres Cristo? ¿De verdad les importa a ellos? ¿Vale la pena ser el modelo que eres? ¿Puedes ser tan luminosamente hermoso como la gran joya y a la vez no eclipsar a las otras más pequeñas que también tienen su luz, o incluso llegar a ser tan grande que el vacío desaparezca y también la individualidad? A nadie le importa. Pero al hombre que contempla las estrellas sí le importa.

Ahora él encuentra un tronco y se sienta sobre él, apoya sus codos sobre sus rodillas y detiene su barbilla con su mano.
Y el maestro solitario derrama una pequeña lágrima, porque se mantiene alejado de la joya, la luna plateada y la eternidad de la media noche. Y por alguna maldita razón él está atrapado aquí. Y una lágrima se desprende, porque, ¿no es así como todos deberían reconocer su grandeza, volviéndose pequeños en primer lugar? En verdad, así es. Cuando el hombre es abatido sea por la espada, la intimidación de otras personas, o el movimiento libre y salvaje de los cielos, para darse cuenta de su pequeñez, sólo entonces comenzará a contemplar su grandeza.

Permitámonos ver de nuevo al maestro que detiene con sus manos su dulce barbilla. Y mientras derrama una lágrima por su destino y su confusión, pronto llega un viento frío de invierno los vientos nocturnos son maravillosos y seca la lágrima en su cara.
Y él mira de nuevo y le dice a la noche maravillosa: «¿De qué manera te pertenezco? ¿Cómo puedo ser parte de ti, tú que eres tan grandiosa e inmutable, tan paciente? ¿Cómo puedo ser parte de ti para que mi importancia tenga valor y sustancia en tu reino que ha visto los rostros de tantos hombres grandes y pequeños contemplarte con asombro? Y sin embargo tú me permites, insignificante de mí, que admire tu gracia, tu belleza y tu misterio como se lo has permitido a todos los demás que en mi pasado se han considerado grandes hombres. ¿Quién eres tú que me permites hacer esto?» Y la maravillosa joya destella una luz aún más brillante hacia él y él recobra la esperanza.
Y retrocede, la contempla fijamente y en un momento la luna, esa Encantadora, comienza a emitir su pálida luz.

Oh, maravilloso maestro, tú has perdido tu mérito en medio de toda esta grandeza. Estáte en paz. Déjame mostrarte quién eres en este mundo engañoso y tentador en el que vives. ¿Qué es la profundidad? ¿Qué es la altura? ¿A qué especie pertenece todo lo que existe, que se unió para formar la materia, para que el pensamiento fuera los perímetros de la eternidad, las profundidades del Ahora, para que el pensamiento consumiera el vacío que siempre fue y siempre será?
El pensamiento, por sí mismo, resplandece más allá de los perímetros y vibraciones de la luz que era. Y el pensamiento era y es el vacío absoluto, Dios creador, y se convirtió en el centro mismo del pensamiento, el núcleo, y comenzó a vibrar hacia la madeja externa de la eternidad y hacia las profundidades del Ahora en movimiento.

El pensamiento contempló el tono vibratorio del movimiento y éste produjo ondas. Esto produjo un estruendo, con el cual el trueno y el movimiento empezaron a desdoblarse.
Y en el momento en que éste saltó con ímpetu hacia los perímetros del siempre jamás, los extremos del pensamiento se convirtieron en un destello de luz.
Así nació la luz y con ella, la elocuencia.
Mientras se movía hacia su perímetro, se encontró con una marea de pensamiento, y allí estaban las ondas. La luz había nacido. Y la luz fue concebida y arrojada hacia el pensamiento, hacia el Ahora; hacia el centro que había emitido la onda e irradió hacia sí misma una belleza prodigiosa.

Y el pensamiento Dios Todopoderoso y luz principal se contempló hasta la expansión, hasta una grandeza y una encarnación de luz que nunca se había visto anteriormente en la contemplación de la imagen todopoderosa y que todo lo abarca llamada Dios.
Y en el momento que este estallido hizo su aparición y nació la luz, el pensamiento contempló su imagen y la luz fue más grandiosa que ningún otro espectáculo.
Vuestro sol del mediodía no tiene ni la lividez ni la brillantez de la luz que nació del pensamiento perfecto.
Se originó la luz, y en su imagen se creó el sonido con tal armonía que cada movimiento creaba otro sonido.
Y mientras se desplegaba, el pensamiento se volvió más grande y expansivo y llegó más, más pensamiento y luz soñadora, y el sonido se volvió algo prodigioso en el pensamiento del Ahora.
Y, he aquí, mientras esta expansión se creaba por sí misma hasta convertirse en un nivel, comenzó a oírse el susurro de una melodía espectacular, que comenzó a moverse hacia la eternidad, y la luz le acompañó.
Y mientras la luz se movía, el sonido se movía. Y cuando el pensamiento fijó su mirada en la luz y en su movimiento, la luz miró al pensamiento y vio su perfección como creador.
Los orígenes de la civilización humana - Ramtha

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