martes, 24 de octubre de 2017

"SON HIJO.-QUINTA PARTE


Fue también en este momento que me enteré del encarcelamiento de Juan el Bautista. Me apenó saber que no era parte de mi misión rescatarlo, sino honrar la parte que él jugó en el Plan Divino.
La Samaritana y el pozo.
El nombre de la mujer era Nalda y ella era una Samaritana quien, como persona, era bastante despreciada. No me voy a meter en la historia de por qué esto era así, porque es toda agua del mismo pozo. El prejuicio y el racismo, como todas las otras formas de ataque, nacen del miedo. La gente le teme a su valor interno, temen por su seguridad en un mundo hostil. Pero no pueden vivir así por mucho tiempo, así que encuentran una fuente externa a ellos para ese miedo: “Es culpa de esa persona. Debe ser así porque ellos se ven tan distintos a mí, y hablan diferente y se comportan distinto. Estaré seguro, nuevamente en control, cuando ellos se vayan.” Por supuesto, aquellos que están siendo atacados también tienen esos mismos miedos y encuentran a alguien en quién proyectar estos miedos también. Y así sigue y sigue.


Hermanas y hermanos, les digo que no hay amor posible en el mundo exterior hasta que lo despertamos dentro de nosotros mismos, hasta que aprendemos a amarnos a nosotros mismos. Hasta que recordamos que somos amados por la Fuente, que no hemos hecho nada malo, que no nos hemos caído de la Gracia. Que no estamos solos. Ustedes son simplemente niños aprendiendo a encontrar vuestro camino en el mundo y cometiendo los errores que cometería cualquiera. La sabiduría solamente se gana con la experiencia, y la experiencia solamente es alcanzada cuando se cometen los errores. Ciertamente, está bien tomar responsabilidades por los errores y hacer correcciones, pero también después continuar enamorado de uno mismo y de aquellos que caminan su camino hacia el mismo destino. No importa el color de piel, no importa la historia, no importan las creencias, les doy mi palabra que todos y cada uno de vuestros corazones busca las mismas cosas.
Y estando esta mujer Nalda en el pozo, yo hablé con ella extensamente acerca de las refrescantes aguas del espíritu, le pedí un vaso de agua, y me lo brindó alegremente. Un intercambio humano tan simple, y aún así cargado con tanto peligro en esa época. Incluso los apóstoles luchaban en contra de que yo hablara con una mujer y una Samaritana, y aceptara un vaso de agua de su parte. Pero todo ofrece una oportunidad para una lección de amor, incluso un pozo en el medio del desierto.
Pasé tanto tiempo en el desierto y en las colinas meditando y comulgando. En algún momento los apóstoles me preguntaron cómo yo oraba, y les ofrecí la siguiente oración para ellos: “Padre nuestro que estás en el cielo, Santificado es Tu nombre. Venga a nosotros tu reino; hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Y perdona nuestras deudas así como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amen.”
Tal vez podría ofrecerles a ustedes una nueva oración para una nueva era, una oración que los ubica, como manifestación directa de Dios, en el centro de la responsabilidad espiritual: “Amado Padre/Madre/Dios, bendita es Tu Presencia dentro de mí. La venida de tu reino es nacida a través de mis manos. Tu Voluntad es hecha a través de mi corazón. Tu estás en la Tierra, y conmigo, así como yo estoy en el cielo contigo. En el día de hoy yo soy el que brinda Tu pan diario a todos. En este día yo perdono todo, porque yo soy el Todo perdonándome a mi mismo. Juntos nos estamos guiando los unos a los otros lejos de toda distracción. Nos estamos librando los unos a los otros de cualquier ilusión seductora. Porque Nosotros somos el reino, somos el poder, somos Tu gloria."
En Enero de ese año, recibí la noticia de que Juan el Bautista había sido ejecutado por orden de Herodes Antipas. Lloré por un amigo querido, quien sacrificó todo por algo más grande que si mismo.
Una mañana mientras me relajaba dentro de mi temprana y solitaria caminata matinal para aclarar mis pensamientos, una vieja mujer vino hacia mí, cubierta de pies a cabeza con harapos sucios. Una leprosa, que había salido de su pequeña comunidad, la cual probablemente estaba escondida dentro de un profundo valle o en una oscura caverna. Ella extendió su mano cubierta de harapos hacia mí y dijo que había oído de mí y que había estado caminando por varios días. Yo podía ver que ella tenía un gran sufrimiento, pero no dijo nada acerca de eso. Ella sostenía una reliquia familiar, un pequeño brazalete, y me pidió si yo podía tocarlo, que ella lo llevaría de vuelta donde estaba su hija quien también estaba enferma, para que la juventud y la belleza de su hija se restauraran y pudiera casarse y tener hijos. Dijo que no pedía por su propia sanación porque ella ya había vivido una larga vida y tenía muchas hermosas memorias para recordar. Y ella confiaba en que en el reino de los cielos ella no sería despreciada con repulsión.
Mi Creador, concédeme el don, que yo pueda tener siempre la dignidad, la gracia y la humildad de esa mujer. Que yo pudiera participar en su fuerza y su compasión. Que yo un día sería igual a la divinidad de esa mujer.
Yo intenté tomar sus manos y ella las retiró. Suavemente envolví el brazalete con su mano y la sostuve. Ella comenzó a llorar, tal vez habiendo olvidado la última vez que había sido contenida sin juicio ni miedo. El amor de Dios fluyó hacia dentro de ella, despertando ese amor que había sido encerrado por una vida entera de opresión. Y las llagas se fueron, las lesiones se desvanecieron, la carne destrozada fue restituida. La vida, la juventud y la vitalidad ardieron nuevamente en sus ojos, en sus labios y en su corazón. Suavemente corrí el harapo que cubría su rostro y contemplé el semblante de la Madre y del Padre en plena gloria: “Vuelve a casa, mi hermosa hermana y encuentra que tu hija también ha sido agraciada, y sanada por el amor de Dios. Ella se postró de rodillas llorando de gratitud. Yo me arrodillé y la abracé. Y ambos lloramos por la belleza y el regalo de la vida eterna.
Una palabra acerca de la sanación física. Alrededor de cada uno de ustedes se encuentra esa réplica energética de vuestro cuerpo de la que ya hemos hablado. Es este cuerpo energético el que crea el cuerpo físico dentro de él. Dentro de este cuerpo energético se encuentra la información de la salud perfecta. Esta misma información existe dentro de cada hebra de ADN en el cuerpo físico. Toda enfermedad comienza primero como un estado emocional el cual eventualmente es trasladado hacia el cuerpo. Sentimientos de alegría y amor producen salud. Sentimientos de estrés, miedo, ira y odio producen enfermedad. Por supuesto, el sendero kármico de cada persona es diferente, y la enfermedad es una gran maestra de lecciones de vida, y así cada caso es único. ¿Pero qué hay acerca de las enfermedades en niños y bebés? Tales situaciones son realmente dolorosas de comprender, especialmente para los padres. Pero les aseguro, a menudo estos amorosos niños están entre nosotros para enseñarnos acerca de un amor más profundo, de un sacrificio más profundo y de una compasión más profunda. En sus frágiles estados, ellos son sanadores tan poderosos como yo. Tan poderosos como ustedes.
Hónrenlos. Ámenlos. Ámense a ustedes mismos y a los demás y la enfermedad no será más que un recuerdo remoto en este planeta. Pero por favor, mis queridos, no se sientan culpables por vuestras enfermedades, o se avergüencen de no ser una persona lo suficientemente amorosa como para estar sana. El amor de la Fuente es más sutil que eso. Seguramente sea que vuestro sufrimiento los está sanando de formas que no pueden imaginar así como también está sanando a aquellos que los rodean. Sean tiernos con ustedes mismos. Ustedes son, cada uno de ustedes, seres perfectos, divinos, experimentando un mundo menos-que-divino, lleno de multitud de desafíos emocionales y físicos. Ustedes son, cada uno de ustedes, honrados enormemente por vuestras luchas, porque sanando ustedes, vuestros hermanos y hermanas son sanados, y así también lo es el mundo y el universo que los rodea. Ustedes no saben lo poderosos que son. Y me honra estar entre ustedes.
Mi deseo de ver a todos mis hermanos y hermanas sanados trajo un problema complicado. Yo sabía que no era mi misión sanar físicamente a cada uno de los que viniera hacia mí. No era mi rol el arrebatarles su propio poder individual. Mi misión era recordarles cuán poderosos eran, y así restaurar su espíritu. Yo no podía alejarme de mi propósito.
Para ese entonces, las noticias de mis enseñanzas y mis “milagros” se habían extendido rápidamente. Las multitudes siguiéndome eran cada vez más grandes. Y yo comenzaba a llamar la atención de aquellos que detentaban el poder dentro de la región, dentro de Roma, y dentro de los cuerpos de gobierno religiosos locales.
No voy a explicar quién empezó qué, o quién quería que yo desapareciera, o quién trabajó en su nombre. Ya ha habido demasiado acerca de estas cuestiones. Mi destino nunca estuvo en manos de los hombres o de los gobiernos. Yo elegí mi propio destino, así como ustedes eligen el vuestro a través de las acciones de vuestras vidas diarias. ¿Realmente pensaron que yo no tenía idea de lo que pasaría si continuaba en mi camino? Y no tenía importancia quién estaba en el poder. Yo molestaba el status quo. Tarde o temprano me habría convertido en un enemigo del estado. Era inevitable. La única pregunta real fue ¿cuándo?
En tanto que la cadena de eventos sucesivos estaba ahora firmemente en movimiento, era tiempo de hacer un aporte al ministerio: De la compañía de las mujeres elegí a doce, no solo para encargarse de los enfermos y para asistir con las funciones diarias de la misión, sino también para enseñar en mi nombre. Ahora les voy a decir los nombres de estas lamentablemente no reconocidas mujeres, cada una de las cuales sostuvo las cargas y compartió las alegrías de nuestra misión al igual que los hombres: Nasanta, la hija de un médico Sirio; Milcha, la prima de Tomás; Raquel, la cuñada de Jude; Susana, la hija de un rabino de la sinagoga de Nazaret; Joana, la esposa de Chuza, quien trabajaba para Herodes Antipas; Elizabeth, la hija de un comerciante adinerado; Marta, la hermana mayor de Andrés y Pedro; Ruth, la hija mayor de Mateo; Celta, la hija de un guardia Romano; y Agaman, una viuda.
María Magdalena, y Rebeca, la hija de José de Arimatea completaban el grupo. Déjenme recordarles que en esa época, a las mujeres no se les permitía ni siquiera entrar en las sinagoga con los hombres. Nada de esto, por supuesto, les caía bien a los apóstoles quienes eran, después de todo, hombres de su época. Pero si ellos iban a permanecer conmigo, ellos tendrían que estar preparados para reconocer cada injusticia. Todas y cada una de ellas. Luego mandé a los apóstoles a enseñar en grupos de a dos, de modo que pudieran tener suficiente tiempo como para hablar entre ellos y decidir si continuarían con mi mensaje. Todos volvieron.
Una cosa más: Estas mujeres se quedaron conmigo hasta mis últimos días y horas, cuando todos los otros se habían ido.
Si consideran mínimamente que no había críticos entre las multitudes que venían a verme, entonces se están olvidando de la naturaleza humana.
Hubo buscadores genuinos, y hubo los meramente curiosos, y luego hubo agitadores. Como lo dije antes, ellos interrumpían preguntando a viva voz por qué, si yo podía hacer milagros, mi familia en Nazaret aún luchaba económicamente. Y ¿por qué simplemente no hacía que los romanos desaparecieran? Y que yo no lucía distinto de las docenas de otros que vagaban por la campiña proclamando que ellos habían oído la Palabra de Dios. Francamente, ¿quién era yo para hablar en nombre de Dios? Y: “Nada bueno puede venir de Nazaret”.
No había ninguna respuesta que yo pudiera darles. Hay aquellos que están listos y los hay quienes aún están profundamente dentro de la experiencia de la ilusión. Ninguno es mejor que el otro. Todos están en su camino. Todos alcanzarán la misma destinación eventualmente.
Pero la crítica de los sacerdotes cuando yo hablaba en el templo, era de una naturaleza muy diferente. Su intención era atraparme dentro de sus argumentos, lograr que yo les diera evidencia de mi blasfemia contra Dios. Verán, la religión de mi época estaba adherida estrictamente a códigos muy rígidos de conducta, códigos que dictaban cómo y cuándo uno debía comer, cómo y cuándo uno debía asearse, cuándo y cómo uno debía comportarse en materia de fe. Todo lo cual no tenía nada que ver con la fe, pero sí con el poder.
Amigos, Al Padre/Madre no le interesa en lo más mínimo cómo ustedes llevan adelante vuestras vidas espirituales. Si las reglas te ayudan a encontrar el amor, entonces sigue esas reglas. Pero si liberarte de las reglas te ayuda a encontrar a Dios, entonces arrójalas al viento. ¿Estoy hablando a favor de que no haya leyes? Sí, si ustedes pueden vivir los unos con los otros, respetando la vida de cada uno, si pueden amarse los unos a los otros así como se aman a ustedes mismos. Si ese es el caso, entonces las leyes no son necesarias. Pero como podemos ver todos fácilmente, eso no es verdad aún. Y así es que todavía necesitan leyes para gobernar vuestras bajas naturalezas. Y así es como debería ser. ¿Pero de modo que las leyes y las reglas de conducta los acerquen a la Fuente? No. Dios está dentro de ustedes. ¿Cuánto más cerca podrían llegar? Los rituales y las ceremonias les recuerdan que hay un sendero. Pero ellas no son el Sendero. Ustedes son el único sacerdote, la única iglesia, la única biblia que necesitarán.
Yo no adhería a los códigos estrictos de la época – si ellos me distanciaban de mi mensaje y de mis seguidores. El mensaje lo era todo. Aunque no estaba dentro de mis creencias personales, yo comería carne con otros si eso ayudara a compartir mi mensaje. Si quieres liderar gente, primero debes seguirlos a ellos hasta el lugar donde viven. Debes ver el mundo a través de sus ojos. Debes caminar con sus zapatos. Y uno debe siempre, primero y antes que nada, enseñar con el ejemplo.
Y entonces, sí, de acuerdo a las reglas de esa época, yo estaba comprometido en actos de blasfemia. En todo caso no importaba; porque ellos habrían encontrado, o manufacturado cualquier evidencia que necesitaban para destruirme.
Sin embargo, les voy a contar acerca de uno de los cargos elevados en mi contra.
Uno de los Fariseos me acusó de trabajar con Satán.
El demonio. Infierno. Azufre.
Déjenme ofrecerles el antiguo significado Hebreo de Satán, que se pronunciaba “Sei-Taan”. No significaba el demonio, sino la ilusión de la materia, la ilusión del mundo material y su seducción lejos del mundo espiritual.
Mis queridos, si es que no van a escuchar nada más de lo que diga en esta ocasión, entonces escuchen esto: No hay diablo, ni demonios, más que los que nosotros mismos creamos. No hay infierno, más que el de nuestra propia construcción. Nunca lo ha habido. No hay purgatorio donde las almas valiosas son separadas de las indignas. Si el Todo Lo Que Es es amor, entonces eso es todo lo que puede ser. Mi Padre/Madre no castiga. Lo repito. Dios no castiga. Nunca. Jamás. Castigo, infierno, venganza, estas son creaciones humanas para mantener a otros subyugados. “Ojo por ojo”. Un concepto humano de la justicia. Les ofrezco una simple analogía: todos ustedes conocen personas a través de la historia – e incluso a través de vuestros periódicos y noticieros – quienes han demostrado actos extraordinarios de perdón y compasión. Padres que perdonaron al hombre que violó y asesinó a su amada hija. Soldados que salvaron la vida de sus torturadores. Hijos adultos que perdonaron a sus padres por los abusos físicos y emocionales más brutales. Si estos hijos de un Dios vengativo pueden ser así de amorosos y compasivos, entonces tendrían que ser más poderosos que este Dios. Pero ¿suena coherente? ¿O es más bien que estas personas simplemente están expresando la verdadera naturaleza de la Fuente?
Lo digo nuevamente: Ustedes viven en un Universo amoroso. Ustedes son hijos de un Dios amoroso que no juzga nada – no importa cuán doloroso sea –
¿Eso quiere decir que un Hitler o un Stalin están en el paraíso? Si, así es. No significa, sin embargo, que un Hitler o un Stalin no llegue a aprender acerca del dolor y el sufrimiento que causó. Pero no es el fuego del infierno lo que experimenta, sino el llanto de los devastados. Él siente el retorcimiento de sus almas. Él ve las ramificaciones de sus actos. Él llega a conocer las otras elecciones que podría haber hecho. Y estas revelaciones llegan a través de la guía amorosa del otro lado del velo, no a través de un castigo forzoso.
Hermanos y hermanas, les doy mi palabra de que en vuestros largos viajes en este planeta, todos ustedes han sido asesinos y han sido el asesinado. Todos ustedes han sido santos y han sido pecadores. Todos ustedes han sido amos y han sido esclavos. Y así es como debería ser. ¿De qué otra forma aprende uno las lecciones del crecimiento espiritual sino a través de la experiencia directa? No hay mejor sanador para la prostituta que la prostituta. No hay mejor maestro para el abusado y el extraviado que alguien que también fue abusado y estuvo extraviado. Algún día, mis queridos, dulces compañeros, ustedes verán, una vez más, cuán magnífico es el Universo y cuán amoroso es el Plan. Cuán perfecta es su ejecución. Cuán bello es su destino.
Quiere decir esto, sin embargo, que no hay cosa tal como el mal? No, sí hay mal. Es la suma total del más profundo daño, del más doloroso rechazo, del más triste abandono. Es la excrescencia de una herida no sanada. Es el pedido de ayuda no atendido y dejado solo. Mis compañeros, puedo describirles profundidades de brutalidad que han afligido a vuestros hermanos y hermanas que parecerían desafiar la comprensión humana. Algunos dirían que es el karma de esa persona, o de ese país, o de esa raza, el hecho de atravesar la pesadilla en la que se encuentran. Pero el karma existe solamente porque, en algún punto, el miedo fue elegido por sobre el amor. Tal vez el karma de una persona sea de hecho el experimentar la pobreza. Tal vez sea también el karma de otro el hecho de alimentarlos. ¿Es que el mal que existe, y el dolor que es infligido en este mundo, entristecen al Corazón de la Fuente? Sólo cuando no entristece el nuestro.
Fue en esta época que Simón Pedro me preguntó: “¿Cuántas veces debería perdonar a un hombre que insiste en perjudicarme? Y mi respuesta fue: “No sólo siete veces, o incluso setenta veces, sino setenta veces siete”. ¿Por qué perdonar a alguien que te ha agraviado ligera o brutalmente? Porque te asegurará tu sanación emocional. La persona que te ha ofendido, ha traído a escena la ley de causa y efecto, o karma, y eventualmente, aprenderá la lección de su trasgresión. Las leyes de la naturaleza son justas. Las leyes de la gente raras veces lo son. Pero el perdón es algo difícil de hacer, y todo el mundo debe tener el tiempo que necesita como para trabajar con su experiencia. El duelo no debe ser apresurado. Honren el proceso. Pero cuando estén listos, consideren perdonar al ofensor. Ni siquiera tienen que encontrarse con él en persona.
En tanto que todos ustedes están unidos energéticamente dentro del “holograma” universal, simplemente envía el pensamiento desde tu corazón hacia aquél que te ha lastimado, y eso es “registrado” instantáneamente, si quieres, en la Mente de Dios, y el vínculo energético negativo entre tu y la persona que ha cometido la trasgresión es cortado – instantáneamente y para siempre. Pero permanece en un lugar de odio e ira y venganza, y esa ligazón energética permanecerá atada a ti, y tu fuerza de vida misma será agotada. Pero antes de poder perdonar a alguien, por favor perdónate a ti mismo. ¿Qué es lo que significa perdonar?
Simplemente seguir dando. ¿Qué es lo que das? La única cosa que realmente posees, porque todo lo demás es una ilusión: amor. Emite amor. Perdónate a ti mismo por no ser tan fuerte como quisieras, o tan espiritual o tan amoroso o tan veraz. Déjenlo ir todo, mis queridos. La culpa y la vergüenza sirven solamente al ego humano. El amor mantiene al universo unido. Él puede manejar vuestros errores. El perdón es un acto muy egoísta. Lo recomiendo altamente.
Así es que hubo una reunión entre Herodes Antipas y los miembros del Sanedrín (Consejo de Judíos). Ellos incitaron mi arresto por razones obvias, pero Herodes, que nunca tomaba riesgos, se rehusó. Los miembros de su propio gobierno seguían mi mensaje y le aseguraban que cada vez que yo había sido llamado el Mesías y había sido urgido a hablar en contra de los gobernantes, yo había reafirmado que no era ese quién yo era y que esa no era mi misión. Herodes me veía como un fanático religioso más. Pero mi palabra había alcanzado Roma también. Y Herodes fue incitado a reconsiderar su decisión. Y lo hizo. Y se emitió la orden de arresto.
por Bradley - De Brian Murphy – Agosto 23, 2004

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