domingo, 19 de marzo de 2017

EL REGRESO DEL MESIAS: LA BIBLIA


La BIBLIA es el libro de los libros, como podemos analizar, es una serie de datos e informaciones recopiladas a través de las diferentes épocas por grandes hombres, algunos de ellos Iluminados, dando
a conocer los mensajes dados por los Profetas y los Enviados de DIOS, para mantener latente esa comunión entre DIOS y la humanidad.
Esos escritos siempre están en parábolas con la finalidad de conservar el misterio que en sí encierra, del Génesis al Apocalipsis. Vemos tan extraordinarias características de enseñar los misterios para que sean comprensibles a toda persona que ha querido escudriñar esos misterios proyectándose hacia un camino secreto, hacia el encuentro con la Verdad; ésta es la razón por la cual miles de organizaciones religiosas predican los misterios de la BIBLIA sin haberlos entendido; porque quien no se dé a la tarea de buscar esos misterios dentro de sí mismo, a través de la muerte del yo, de la Castidad Científica, es más que imposible, porque el fundamento de la DOCTRINA del CRISTO es la Piedra Filosofal, que en el fondo es el mismo CRISTO.

FRANCISCO DE ASÍS.- CAP. 1 : EL JOVEN CONVALECIENTE

 
 
 
Hace de esto setecientos años, una mañana cierto joven de la ciudad de Asís, que empezaba a convalecer de larga y penosa enfermedad, despertó de su nocturno sueño. Los postigos de la ventana de su pieza estaban aún cerrados; sin embargo, afuera, a pesar de que era muy temprano, brillaba la luz de la madrugada, y la campana de la vecina iglesia de Ntra. Sra. del Obispado había dado ya la señal para la primera misa. Por la rendija del postigo penetraba hasta la cerrada alcoba un poderoso rayo de sol. El joven conocía bien este rayo matinal, pues hacía ya varias semanas que le veía llegar a su lecho de convaleciente.
 
Muy luego llegaría su madre a abrir los postigos, y la luz penetraría en la pieza con toda su deslumbradora intensidad. Después le traerían el desayuno y se le arreglaría la cama (ésta era bastante ancha y él tenía costumbre de mudarse al otro lado mientras se componía aquél en que había dormido). Ya podía tenderse sobre ella, fatigado aún, pero feliz, a contemplar el hermoso cielo de otoño, azul y despejado, y a escuchar el ruido que hacían, al caer sobre el pavimento de la calle, las aguas sucias arrojadas por los moradores de las casas vecinas. Más tarde entraría ya directamente el sol a iluminar primero el muro de la derecha, después el centro de la enlosada cámara, y cuando la plena luz diera en el lecho, sería llegada la hora del almuerzo; después del cual vendrían de nuevo a cerrar los postigos, y nuestro joven tomaría su siesta al abrigo de la dulce y silenciosa semi-oscuridad de su pieza. Terminado este reposo volvería de nuevo la luz, aunque el sol ya se habría retirado de la ventana; nuestro convaleciente vería allá a lo lejos, hacia el confín del inmenso valle, las montañas veladas por sombras azules, que bien pronto se cambiarían en ese manto rojizo, sanguíneo, con que se cubre el horizonte en las tardes de otoño. Al caer con toda rapidez la noche, oiría el ruidoso balar de los ganados, conducidos a los establos, entre canciones y risas, por los sencillos pastores. ¡Con qué íntimo placer había escuchado esas cantinelas populares de la Umbría, acompasadas, extrañamente expresivas, exquisitamente tiernas, que hoy día mismo ensayan y modulan a la continua aquellos modestos campesinos, llenando el alma de quien los oye de cierta misteriosa mezcla de tristeza y melancólica dulcedumbre! Por fin, se extinguirían los cantares y vendría la noche. Por encima de los lejanos montes surgiría, de repente, una sola y grande estrella, cuya aparición indicaría el momento de cerrar los postigos y de encender la lamparilla, que el enfermo se había acostumbrado a dejar arder hasta el rayar del alba durante las interminables noches de fiebre en que temerosas pesadillas le turbaban el dulce sueño.

La mañana aquella, sin embargo (bien se lo acordó el joven inmediatamente), las cosas no iban a ser de la manera que queda descrita; porque ése era precisamente el día en que él iba a dejar por primera vez el lecho del dolor. ¡Cuánto gozaba con la idea de que, al fin, iba a volver a andar por los demás sitios de la casa, viendo y tocando objetos cuya privación había sufrido por tan largo tiempo y de los cuales había estado a punto de despedirse para siempre! Resuelto estaba a bajar hasta el entresuelo y penetrar en la tienda de su padre a ver entrar y salir los clientes, y acaso también a dar una palmada a los empleados ocupados en desenvolver y medir las grandes piezas de terciopelo, de brocado, o de hermosos tejidos de lana etrusca.
Ocupada su mente con tan dulces ensueños, se abre de pronto la puerta: es su madre, que viene a hacerle la acostumbrada visita; entra y abre los postigos; el enfermo observa con júbilo que, además del desayuno, trae un lío de ropa.
«Te he mandado hacer un traje nuevo, mi querido Francisco», dijo ella, al mismo tiempo que depositaba el paquete al pie del lecho. Terminada la refección, el joven empezó a vestirse, mientras la madre, inclinada sobre el umbral de la ventana, miraba la campiña. De repente exclamó: «¡Qué hermosa mañana!, ¡qué cielo más espléndido! Allá diviso todas las casas de Bettona, cual si el valle que nos separa se hubiese abreviado; a medio camino, rodeada de viñedos, Isola Romanesca, semeja una isla verdadera acariciada por las ondas de un río. De todas las chimeneas se levantan al cielo, rectas y trasparentes, columnas de humo: así sube hacia el techo de la iglesia el humo fragante de los incensarios. ¡Oh Francisco mío!, en mañanas como ésta la tierra y el cielo se me figuran un templo engalanado para una fiesta solemne, en que toda la creación acude a alabar y dar gracias a su Hacedor».
Francisco seguía silencioso, pero una vez aderezado, murmuró: «¡Dios mío!, ¡cuán débil estoy!».
-- Consecuencias de la enfermedad -se apresuró ella a contestar-. Mientras uno permanece en cama se imagina poderlo hacer todo; pero apenas se ponen los pies fuera del lecho, se advierte la debilidad; lo sé bien por experiencia propia, hijo mío; por eso he cuidado de traerte bastón.

FRANCISCO DE ASÍS, SU VIDA Y SU OBRA, POR JUAN JOERGENSEN

 
 
LA BIOGRAFÍA «SAN FRANCISCO DE ASÍS»
 
Pensador, historiador, escritor y periodista, J. Joergensen era de natural romántico y sentimental, poeta inspirado y muy leído. En todas sus obras hagiográficas armoniza la poesía con la verdad histórica. Así lo lleva a cabo en las biografías de santa Catalina de Siena, Don Bosco, Charles de Foucauld, santa Brígida y otras. Por lo que se refiere a San Francisco de Asís, hay que añadir su especial devoción al santo, quien, a su juicio, «fue también un poeta y un converso».

1. Características de la obra
El libro sobre el Pobrecillo de Asís de J. Joergensen salió en original danés y en Copenhague el año 1907.
Fue inmediatamente traducido a varias lenguas; en castellano gozamos de dos versiones distintas: la de R. M. Tenreiro (Madrid 1925, 3.ª ed.), y la de A. Pavez (Santiago de Chile 1913; Buenos Aires 1945); en nuestro trabajo citamos esta última por considerarla más lograda. Precede una larga introducción y una concienzuda investigación (no incluida en las traducciones al castellano) sobre las fuentes franciscanas como habían hecho ya Paul Sabatier y los acreditados historiadores franciscanos de Quaracchi, con quienes mantuvo una sincera amistad. Estudia con suma detención el enorme cuerpo documental, compulsado en archivos y bibliotecas. En estas fuentes de información apoya su relato histórico, que lleva a cabo mediante los métodos modernos de crítica interna y externa, como quien aspira a que se le dé fe en lo que afirma y sostiene.
Raoul Manselli, investigador de primera fila, escribe: «La prueba más álgida de amor a Francisco y a Asís la dio Johannes Joergensen, uno de los líricos más grandes de la literatura danesa, cuando quiso dedicarse a historias del Medievo, a fuentes, a herejes y estudiosos, para aproximarse más al santo, al que le acercó sobre todo su condición de cristiano y alma de poeta». Se entregó con tesón y humildad a la elaboración de la biografía del Pobrecillo de Asís con plena conciencia de la dificultad que entrañaba.

¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? CUARTO CAPÍTULO Y ÚLTIMO


QUÉ EXTRAÑA UNIÓN...!
No sé qué has visto en mí, no sé qué hechizo
pueda poseer yo, que te enamore
y merezca el favor de quien me hizo,
hasta el punto que dentro de mí more.
¡Qué extraña unión, jamás imaginada:
La criatura y su Dios, enamorados!
Pero, ¡qué desigual! pues, encontrados,
Tú lo das todo y yo no pongo nada!.
YO SOY FELIZ Y ESTOY ENAMORADO
Yo soy feliz y estoy enamorado.
Estoy enamorado de mi Dios.
¡Qué osadía tan grande, haber pensado
en algo tan inmenso y tan atroz!
Mas, fuiste Tú, Señor, quien me has llamado
con voz irresistible, en mi interior;
fue idea Tuya, y Tú el que me has quemado
con la llama sublime de Tu amor;
Y yo, pobre de mí, sin más camino
que entregarme en Tus brazos deslumbrado,
te abandoné mi alma, mi destino,
mi corazón, mi mente y, subyugado,
me enamoré a rabiar de mi asesino.
¡Dichosa sinrazón que me ha salvado!
LA PIEDRA-TEMPLO-GRIAL
¡Qué feliz la adicción a Tu presencia!
¡Qué gozo, qué placer, qué plena dicha,
el saber ya pasada la desdicha
de sufrir de Tu olvido y de Tu ausencia!
Valió la pena edificar el Templo,
piedra a piedra y andamio sobre andamio,
mirando arriba, mas abajo obrando,
siguiendo el plano de Tu claro ejemplo.
Ahora, finiquitado mi trabajo
y lleno de Tu luz mi corazón
y ahíto del dolor que hay aquí abajo,
donde aún reina, señora, la emoción,
reanudo con más fuerza mi destajo
por levantar más templos a Tu amor.

¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? TERCER CAPÍTULO


9.- ¿Cómo se puede ser feliz con esa espada de Damocles sobre la cabeza toda la vida?
Cristo no enseñó todo eso. Eso era lo que Jehová debía inculcar a sus fieles porque necesitaban desarrollar determinadas facultades, entre ellas la voluntad. Y precisaban un Dios severo, que castigase inmediatamente de cometido el pecado. Pero que les daba una ley externa. Era aquella una religión para el exterior, para el mundo, para los vecinos, para la sociedad.
Cristo, sin embargo, trajo una nueva religión. Y jamás habló de un Dios vengador ni severo, sino de un Padre todo amor, que sale al encuentro del Hijo Pródigo; que perdona a los pecadores, no una vez, ni siete veces, sino setenta veces siete. Y, dándonos ejemplo, perdonó a sus propios verdugos mientras lo atormentaban. Cristo no hacía penitencia, no se flagelaba; comía en los banquetes; iba con toda clase de gente, desde publicanos y prostitutas hasta sacerdotes y doctores de la ley, sin hacer distinción; enseñaba a perdonar a quien nos ofende; a amar a nuestros enemigos; a orar en secreto; a hacer el bien sin proclamarlo, de modo que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda; y a hacer el bien porque es el bien, enseñando, por tanto, una religión interna; a esperar la vida del más allá, puesto que somos espíritus inmortales, cosa que demostró resucitando, para acabar con todas las dudas. Cristo, pues, fue un hombre feliz y quiso que también nosotros fuéramos felices.

¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? SEGUNDO CAPÍTULO


6.- Por tanto, mientras estamos centrados en lo físico, es lógico que nuestra respuesta a la pregunta del título – “¿Disfrutamos de la vida debidamente?” - sea negativa. Porque, por un lado, como espíritus que somos, concebimos un mundo en el que podamos sentirnos felices, lo cual nos hace pensar que ese mundo es posible. Y, por otro, al estar centrados en la materia y ser ésta incapaz de proporcionarnos la verdadera felicidad, que no es material, pensamos siempre, por muchos bienes o riquezas o poder o fama que tengamos o por muchos placeres de que disfrutemos, que no somos todo lo felices que podríamos ser.
7.- Tras estas consideraciones ya estamos en condiciones de darnos cuenta de que hemos entendido mal la pregunta del tan citado título de la charla, “¿Disfrutamos la vida debidamente?” Y nos percatamos de que existía un adverbio importante: “debidamente”.

¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? PRIMER CAPÍTULO


¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE?
por Francisco-Manuel Nácher
1.- Lo primero que a uno se le ocurre, al oír la pregunta título de esta charla, es que no, que no está disfrutando la vida como podría.
Porque todos vivimos en el malentendido de que hemos nacido para ser felices y, como no lo somos todo lo que imaginamos que podríamos ser, no se nos ocurre más que esa respuesta negativa.
Pero, ¿por qué he dicho que vivimos en un malentendido? Porque hemos desenfocado la visión real: Hemos nacido para aprender.
Por supuesto que todos tenemos la “obligación” de ser felices.
No cabe duda de que Dios, todo perfección, todo amor, todo justicia, no nos puede haber creado para que fuéramos desgraciados. En ese caso, no sería Dios. Por tanto, está claro que nuestro destino es ser felices.
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