viernes, 2 de junio de 2017

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque) Capitulo VI


DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo :VI
Mientras tanto, el himeneo grandioso de Júpiter y Saturno, al que poco después se unía Marte, había puesto en actividad las mentes iluminadas de Divino Conocimiento de los hombres que en este pequeño planeta sembrado de egoísmos y odios, habían sido capaces de mantenerse a la vera de las cristalinas corrientes, donde se reflejan los cielos infinitos y se bebe de las aguas que apagan toda sed.
En la antigua Alejandría de los valles del Nilo, existía aún como una remembranza lejana de los Kobdas prehistóricos, una Escuela filosófica a pocas brazas de donde se había levantado un día el santuario venerado de Neghadá.

Esta Escuela, había sido fundada siglos atrás por tres fugitivos hebreos, que encontrándose atacados de una larga fiebre que los llevó a las puertas de la muerte, no quisieron ni pudieron seguir el éxodo del pueblo de Israel cuando abandonó el Egipto.
Y para que no muriesen entre los paganos, por misericordia, habían sido conducidos a las ruinas inmensas que existían ya casi cubiertas por el limo y hojarascas arrastradas por las aguas del gran río, a la orilla misma del mar.
Eran las milenarias ruinas del Santuario Kobda de Neghadá, de cuya memoria no quedaba ya ni el más ligero rastro entre los habitantes de los valles del Nilo. De dichas ruinas, se utilizaron muchos siglos después, bloques de piedra y basamentos de columnas para las grandes construcciones faraó- nicas, y aún para edificar la antigua Alejandría, en uno de cuyos mejores edificios estilo griego, después de la muerte de Alejandro, se instaló un suntuoso pabellón: Museo-Biblioteca, Panteón sepulcral, y a la vez templo de las ciencias, donde podía contemplarse en los primeros siglos de nuestra era, en una urna de cristal y plata, el cadáver de un hombre momificado que llenó el mundo civilizado con sus gloriosas hazañas de conquistador: Alejandro Magno.
Nadie sabía qué ruinas eran aquellas, en torno de las cuales se tejían y destejían innumerables leyendas fantásticas, trágicas y horripilantes. Sólo las lechuzas, los búhos y los murciélagos, se disputaban los negros huecos cargados de sombras y de ecos de aquellas pavorosas ruinas.
Algunos malhechores escapados a la justicia humana se mezclaban también a las aves de rapiña, que graznaban entre las arcadas derruidas, y donde de tanto en tanto, nuevos derrumbamientos producían ruidos espantosos como de truenos lejanos, o montañas que se precipitan a un abismo. Los piadosos conductores de los tres hebreos enfermos, creyéndoles ya en estado agónico, y llevándoles una delantera de tres días la muchedumbre israelita que se alejaba, los dejaron en sus camillas, en una especie de cripta sepulcral que encontraron al pie de aquellas pavorosas ruinas. Más muertos que vivos estaban en aquel lugar.
Mas, no obstante dejáronles al lado, tres cantarillos de vino con miel y una cesta de pan, por si alguno de ellos amanecía vivo al día siguiente. Y allí agonizantes y exhaustos, en la vieja cripta del antiguo Santuario de Neghadá, orgullo y gloria de la prehistoria de los valles del Nilo, volvieron a la vida los tres abandonados moribundos, a quienes tal circunstancia unía en una alianza tan estrecha y fuerte, que no pudo romperse jamás; Zabai, Nathan y Azur, fueron los que sin pretenderlo fundaron la célebre Escuela filosófica de Alejandría, de la cual un solo individuo obtuvo los honores de la celebridad como filósofo de alto vuelo, contemporáneo de Yhasua: Filón de Alejandría.
Los tres moribundos vueltos a la vida.
Eran de oficio grabadores en piedra, en madera y en metales, y por tanto conocían bastante la escritura jeroglífica de los egipcios y la propia lengua hebrea en todas sus derivaciones y sus variantes. Comenzaron pues, por abrir un pequeño taller en los suburbios de la ciudad del Faraón, disfrazados de obreros persas, para no ser reconocidos como hebreos y sufrir las represalias de los egipcios.
Y como continuaron ellos visitando la cripta funeraria en que volvieron a la vida, fueron haciendo hallazgos de gran importancia. Copiaban las hermosas inscripciones de las losas sepulcrales y en algunas que estaban derruidas, encontraron rollos de papiros con bellí- simas leyendas, himnos inspirados de poesía y de sublime grandeza y emotividad.
Encerrados en tubos de cobre, entre los blancos huesos de los sarcófagos, o entre momias que parecían cuerpos de piedra, encontraron un manuscrito en jeroglíficos antiquísimos y que al descifrarlo, comprendieron que era la ley observada sin duda por una fraternidad o Escuela de sabios solitarios que se llamaron Kobdas.
Tales fueron los orígenes humildes y desconocidos de la Escuela filosófica de Alejandría, que adquirió gloria y fama en los siglos inmediatos, anteriores y posteriores al advenimiento de Yhasua, el Cristo Salvador de la humanidad terrestre. ¡Qué de veces el joven y audaz conquistador Alejandro, se solazó con los solitarios mosaístas, que por gratitud a Moisés que salvó de la opresión a sus compatriotas, tomaron su nombre como escudo y como símbolo y se llamaron: Siervos de Moisés!
La Escuela se formó primeramente de aprendices del grabado, y poco a poco fue elevándose a estudios filosóficos, astronómicos y morales. Dos años antes del nacimiento de Yhasua, Filón de Alejandría que era un joven de veinticinco años, fue enviado con otros dos compañeros a Jerusalén a buscar de ponerse en contacto con la antigua Fraternidad Esenia, que aunque oculta en la Palestina estaba conocida hasta en lejanos países por los mismos viajeros y mercaderes, por los perseguidos y prófugos que siempre hallaron en ella amparo y hospitalidad.
Desde entonces, la Escuela de Alejandría fue considerada como una prolongación en el Egipto de los esenios de la Palestina. Fue así, que de la Escuela de Divina Sabiduría de Melchor, en las montañas de Parán, en las orillas del Mar Rojo, partió un mensajero hacia Alejandría a escudriñar los conocimientos de los Siervos de Moisés, referentes al advenimiento del Avatar Divino anunciado por los astros.
El mensajero tardó tres lunas y volvió acompañado de uno de los solitarios de Alejandría, para emprender juntos el gran viaje hacia la dorada Jerusalén, en busca del Bienvenido. Mientras esta demora, Gaspar y Baltasar que venían de la Persia y del Indo, se encontraron sin buscarse en el mismo paraje, donde Melchor esperaba la caravana para continuar más acompañado este largo viaje: en Sela, a la falda del Monte Hor.
Las grandes tiendas de los mercaderes, donde se reunían extranjeros de todos los países, fueron escenarios propicios para el encuentro feliz de aquellos, que sin conocerse y sin haberse puesto de acuerdo, se encontraban de viaje hacia un mismo punto final: Jerusalén de los Reyes y de los Profetas. ¿Cómo se descubrieron unos a los otros? Veámoslo. Cada cual en su propia tienda estaba absorbido por la causa única del largo viaje realizado.
A ninguno de ellos le interesaron las tiendas de los mercaderes, donde exhibían riquezas incalculables. Deseando soledad y silencio para interpretar más claramente los anuncios proféticos de sus respectivos augures y libros sagrados, en un mediodía de feria en que toda la ciudad era un bullicioso mercado, Gaspar, Melchor y Baltasar se dirigieron separadamente hacia un cerro del vecino monte Hor, con sus cartapacios y rollos de papiros, y buscó cada cual el sitio que le pareció indicado para su trabajo.
Encontraron extraña la coincidencia y movidos por un interno impulso se acercaron. Después de algunos ensayos para entenderse, lo lograron por medio del idioma sirio-caldeo, que era el más extendido entre las razas semitas.
Y cada cual explicó las profecías y anuncios de sus clarividentes e inspirados, los fundamentos de sus respectivas filosofías, los ideales de perfección humana con que soñaban, en fin todo cuanto puede descubrir de su Yo, un hombre a otro hombre.
Acabaron por comprender que las filosofías de Krishna, de Buda y de Moisés, en el fondo eran una misma, o sea: el buscar el acercamiento a la Divinidad y el buscar la de todos los hombres, por el amor y el sacrificio de los más adelantados hacia los más débiles y retardados. Llegados a este punto, los tres se preguntaron al mismo tiempo:
¿Hacia dónde vais? Y los tres contestaron: Al país de los hebreos, porque los astros lo han señalado como la tierra designada para recibir al Avatar Divino, que viene de nuevo y por última vez hacia los hombres. En Jerusalén observó Gaspar, debe estar el pueblo enloquecido de gozo por tan grandioso acontecimiento. Si es que lo sabe –añadió Baltasar, pues nosotros tenemos una antiquísima tradición oculta que dice: “Nadie vio jamás dónde guarda el águila su nido.
Y el que descubre el nido del águila podrá mirar al sol sin lastimar sus ojos”. Lo cual quiere decir que son muy pocos los que descubren al Hijo de Dios encarnado entre los hombres, y que los que llegan a descubrirle, pueden ver el sol de la Verdad sin escandalizarse de ella. Creo poder aseguraros
dijo Melchor, que no es del conocimiento del pueblo el glorioso acontecimiento, porque estoy vinculado a una Escuela filosófica de los valles del Nilo, que se halla a su vez en comunicación con la Fraternidad Esenia de Palestina que remonta sus orígenes a Moisés.
“El pueblo hebreo espera un Mesías Rey, libertador del yugo romano que tan feroces luchas ha promovido entre los hijos de Abraham. “Pero los estudiantes de la Divina Sabiduría, estamos todos de acuerdo en que el Hijo de Dios, no viene a libertar a un pueblo de una dominación extranjera, sino a salvar al género humano del aniquilamiento que se ha conquistado con sus extravíos e iniquidades.
“¿No es ésta la gran verdad secreta? Sí, es ésta contestaron los otros al mismo tiempo. Y sabemos que viene arrastrando en pos de sí una oleada inmensa de Inteligencias adelantadas, que bajo los auspicios de los grandes Jerarcas de los cielos superiores, inunden de tanto amor a la Tierra, como de odio la inundaron las hordas de las tinieblas.
A través de estas conversaciones al pie de un cerro del Monte Hor, llegaron a entenderse de tal manera que desde aquel entonces se estableció una fuerte hermandad entre ellos y sus respectivas Escuelas de conocimientos ocultos.
Dos días después, se encaminaron los tres con sus acompañantes hacia Jerusalén por el trillado camino de las caravanas, en busca del Bienvenido. Hasta Bosra y Thopel, primeras etapas de su larga jornada, viajaron en dromedarios y camellos, pero al llegar al montañoso país de Moab, se vieron obligados a dejar sus grandes bestias por los pequeños mulos y asnos amaestrados para los peñascales llenos de precipicios.

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