jueves, 25 de enero de 2018

ANAM CARA: CAPÍTULO 16

LA INFINITUD DE TU INTERIORIDAD


  La persona humana es un umbral donde se encuentran muchas infinitudes: la del espacio que se extiende hasta los confines del cosmos; la del tiempo que se remonta a miles de millones de años; la del microcosmos, acaso una mota en tu pulgar que contiene un cosmos interior, tan pequeño que es invisible para el ojo. La infinitud en lo microscópico es tan deslumbrante como la del cosmos. Sin embargo, la que acosa a todos y que nadie puede suprimir, es la de la pro­pia interioridad. Detrás de cada rostro humano se oculta un mundo. En algunos se hace visible la vulnerabilidad de haber conocido esa profundidad oculta.

Cuando miras ciertas caras, ves aflorar la turbulencia del infinito. Ese mo­mento puede producirse en la mirada de un extraño o duran­te una conversación con un conocido. Bruscamente, sin intención ni conciencia de ello, la mirada se vuelve vehículo de una presencia interior primordial. Dura un segundo, pero en ese brevísimo ínterin, aflora algo más que la perso­na. Otra infinitud, aún no nata, empieza a asomar. Te sientes contemplado desde la insondable eternidad. Esa infinitud que te mira viene de un tiempo antiguo. No podemos ais­lamos de lo eterno. Inesperadamente nos mira y nos pertur­ba desde las súbitas oquedades de nuestra vida rígida. Una amiga aficionada a los encajes suele decirme que la belle­za de estos adornos reside en los agujeros. Nuestra experien­cia tiene la estructura de un encaje.
El rostro humano es el portador y el punto de exposi­ción del misterio de la vida individual. Desde allí, el mundo privado, interior de la persona se proyecta al mundo anó­nimo. Es el lugar de encuentro de dos territorios ignotos: la infinitud del mundo exterior y el mundo interior inexplo­rado al que sólo tiene acceso el individuo. Éste es el mundo nocturno que yace detrás de la luminosidad de la faz. La sonrisa de un rostro es una sorpresa o una luz. Cuando aflora una sonrisa, es como si súbitamente se iluminara la noche interior del mundo oculto. Heidegger dijo en bellas frases que somos custodios de umbrales antiguos y profundos. En el rostro humano se ve el potencial y el milagro de posi­bilidades eternas.
La cara es el pináculo del cuerpo. Éste es antiguo como la arcilla del universo de la cual está hecho; los pies en el suelo son una conexión constante con la Tierra. A través de tus pies, tu arcilla privada está en contacto con la arcilla primigenia de la cual surgiste. Por consiguiente, tu rostro en la cima de tu cuerpo significa el ascenso de tu arcilla vital hada la intimidad y la posesión del yo. Es como si la arcilla de tu cuerpo se volviera íntima/personal a través de las ex­presiones siempre renovadas de tu cara. Bajo la bóveda del cráneo, la cara es el lugar donde la arcilla de la vida adquie­re verdadera presencia humana.

La cara y la segunda inocencia

Tu cara es el icono de tu vida. En el rostro humano, una vida contempla el mundo y a la vez se contempla. Es aterra­dor contemplar una cara donde se han asentado el resenti­miento y el rencor. Cuando una persona ha llevado una vida desolada, buena parte de su negatividad jamás desapa­rece. El rostro, lejos de ser una presencia cálida, se vuelve una máscara dura. Una de las palabras más antiguas para designar a la persona es la griega prosopon, que original­mente era la máscara de los actores en el coro. Cuando la transfiguración no alcanza al resentimiento, la ira o el ren­cor, el rostro se vuelve máscara. Sin embargo, también se conoce lo contrario, la hermosa presencia de un rostro vie­jo que a pesar de los surcos que dejan el tiempo y las viven­cias, conserva una bella inocencia. Aunque la vida haya dejado su huella cansina y dolorosa, esa persona no ha per­mitido que tocara su alma. Ese rostro proyecta al mundo una bella luminosidad, una irradiación que crea una sen­sación de santidad e integridad.

Tu cara siempre revela quién eres y lo que la vida te ha hecho. Pero es difícil para ti contemplar la forma de tu pro­pia vida, demasiado cercana a ti. Otros pueden desentra­ñar buena parte de tu misterio al ver tu cara. Los retratistas dicen que es muy difícil pintar el rostro humano. Se dice que los ojos son la ventana del alma. También es difícil aprehender la boca en el retrato individual. De alguna ma­nera misteriosa, la línea de la boca parece revelar el con­torno de una vida; labios apretados suelen reflejar mez­quindad de espíritu. Hay una extraña simetría en la forma como el alma escribe la historia de su vida en los rasgos de una cara.

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