domingo, 7 de enero de 2018

POR EL ESPÍRITU DEL SOL.- CAP. 2: "VUESTRO CUERPO ES TODO LUZ"


Palmira - Hotel C. - 22 horas
Tras media jornada de camino por un desierto pedregoso, con un calor canicular, bajo la bóveda estrellada se perfilan las majestuosas siluetas de la antigua ciudad de la reina Zenobia...
«Amigos.... amigos..., ¿alguna vez habéis comprendido bien en qué medida los amigos son verdaderos compañeros de alma? Compartir el pan del alma... es empezar a conquistar ya el pan del espíritu. Ése es el festín al que os invito. ¡Pero cuidado, amigos, que el cuerpo del sol no os haga olvidar el de la Tierra!
Al descubrir nuevos horizontes, demasiados hombres desdeñan los senderos que los han conducido hasta ahí y que los han ayudado a ser lo que son. Sin embargo, sabed que podréis avanzar eternamente hacia otras comarcas sin por ello cerrar las fronteras tras vosotros. En realidad, tanto las fronteras como las barreras
dependen sólo de vosotros. Una frontera natural no es una frontera; es una señal, nada más que el intervalo entre dos notas de música, nada más que esa franja imperceptible en la que se mezclan dos tonos en el arco iris. ¿Cuándo se convierte el violeta en rosado, y cuándo se transmuta en azafrán el amarillo del ranúnculo?
No hay ojo que sepa decirlo. Sólo lo arbitrario zanja y petrifica una frontera. Lo arbitrario establece límites, los inventa en un lugar fijo, porque más allá de los límites su mirada se pierde, porque está lo desconocido, lo móvil, lo informe, es decir, el miedo...

Pero os propongo domar el miedo, no combatirlo, sino convertirlo en vuestro aliado aprendiendo qué es. Y es simplemente un poco de vosotros mismos, un reflejo inconfesado de vuestra ignorancia. ¿Qué podéis temer, si no es vuestra incapacidad de comprender una situación y de admitir su enseñanza? Negarse a reconocer la
ignorancia propia es la primera manifestación del "inmovilismo", es decir la máscara de la única muerte que cabe concebir.
La Gran Vida es la negación misma del inmovilismo; esto representa una verdad ineludible, incluso en lo aparentemente más estable de las manifestaciones de esta vida. Por lo tanto, cualquier frontera que da muestras de ser natural y parece responder a la lógica es la confesión de que una parcela de nosotros mismos, que queremos extender a nuestro mundo, se sigue refugiando en el inmovilismo.
El inmovilismo nunca significará estabilidad. La estabilidad no es una inamovilidad sino un equilibrio, un justo movimiento de vaivén entre la caída y la posición vertical, un matrimonio de amor entre lo que parece ser el negro y el blanco. La acción de andar se resume en ese matrimonio entre el avance y la caída renovado sin cesar, matrimonio de la voluntad centrada en sí misma. Y, si es así sobre el cuerpo de esta Tierra, ocurre lo mismo en los mundos que denomináis inmateriales. En ellos, las fronteras son vuestras propias creaciones, resultantes directas de vuestras escenificaciones. Las vías de comunicación entre lo formal y lo informe, lo denso y lo sutil, siempre han estado abiertas al que está abierto ya que, en verdad, no hay diferencia entre las dos orillas del río y las posibilidades de felicidad son, por esencia, las mismas.
Lo denso es el campo de crecimiento de lo sutil, mientras que lo sutil es el germen que ofrece a lo pesado su oportunidad de vida, su
promesa de refinamiento. Comprended esto más allá de las palabras que vuestro idioma me permite utilizar.
Maduradlo y hacedlo sentir, mejor que intentar la explicación mediante conceptos accesibles tan sólo a unos pocos.
Así pues, no despreciéis nada, no rechacéis nada. No hagáis como aquellos que, descubriendo maravillados las bellezas de otros mundos, deciden hacer caso omiso de los esplendores de éste. ¿Quisierais concebir un hijo que rechace a su madre para precipitarse a todo correr hacia su padre? El alimento de vuestros campos puede ser tan grande como el del sol de mi Padre. Simplemente, espera a que lo redescubráis, a que os reconciliéis con él, a que le devolváis por fin lo que le pertenece, es decir, su dignidad, su nobleza, esa semilla de vida que lleva también al centro de Todo.
En esta vida, y también a lo largo de este camino que descubrís, todo es cuestión de alimento... Y digo bien "que descubrís", porque entre vosotros que me escucháis aún hay demasiados que se sienten sacerdotes y doctores capacitados para razonar sobre todo.
Todo es cuestión de alimento, y de él voy a empezar a hablaros, de lo que de él veis más pesado, más cotidiano. Debo contaros sus bellezas, debo también contaros el tesoro que os puede ayudar a cultivar, porque en verdad es sagrado.
Para vivir, amigos, cada día coméis... o más bien creéis comer. En realidad, por lo general lo que hacéis no es más que ingerir o engullir. Y por eso, en primer lugar, por ese automatismo, no vivís, sólo existís. El potencial de la vida de vuestro cuerpo no reside simplemente en el alimento absorbido. Sólo se perpetúa por la
conciencia que ponéis en ello. Por lo tanto, la primera de las oraciones que podéis ofrecer a la Vida es la de alimentarnos en conciencia, es decir, comprendiendo lo que coméis, qué es en realidad esa "cosa" cuya substancia se integrará poco a poco en la vuestra. Seguramente lo sabéis cuando coméis una fruta, un poco
de pan o de queso. Ciertos alimentos representan símbolos, pero no me refiero a eso. Lo que absorbéis no es ante todo una forma de carne, incluso sabrosa, sino una danza inimaginable de partículas de vida. Y no me refiero a esos átomos que se pueden captar con un microscopio, sino las partículas que lo impregnan aún más
profundamente, y en las que se apoya.
Esto no es lo infinitamente pequeño, sino lo infinitamente presente, y a ese infinitamente presente podéis llamarlo también la Conciencia de mi Padre, de vuestro Padre... Comer en conciencia significa pues, amigos proporcionar a vuestro ser una unión con la fuerza de Vida universal.
¡El acto de comer no se reduce al hecho de suministrar carburante a una máquina! Es también, y sobre todo, proporcionarle el fuego generador de una energía capaz de erigir en ella una verdadera catedral.
Cuando digo "mi Padre" y "vuestro Padre", me refiero al Poder y al Amor del Gran Creador cósmico del que todo procede, con lo que todo está tejido. Porque, en verdad, no hay una sola "cosa" de todo lo que existe, a vuestro alrededor o dentro de vosotros, que no sea parte integrante de Su cuerpo y fruto de Su espíritu. Lo único que hacemos es experimentar la Vida en toda libertad en el haz de Su conciencia. Todo lo que absorbéis sale en germen de Su aliento y se objetiva en función de la conciencia de la humanidad, de la apertura de su corazón. Todo esto no es ninguna imagen, sino sólo la formulación fácilmente comprensible de un principio eterno que vuestra propia ciencia llegará a concebir.
Así pues, comprended que cada instante de vuestra vida puede ser un instante de Eucaristía. Absorbéis el Todo en todo instante, por poco que tengáis voluntad de conciencia. Librad ahora este término de Eucaristía de su concepto religioso y no veáis en él ni carne ni sangre; ved en él mucho más, ved ese amor-energía inimaginable con el que todos tienen la posibilidad de comulgar. Ésa es la verdadera Eucaristía que he venido a instituir o, mejor dicho, a restituir a la humanidad. Sabed paladear el sabor y la fuerza del instante presente, ya que todo, generación y regeneración, reside en él. Si no os obstináis en alejar todo de vosotros mediante mil circunvoluciones de vuestros apetitos desordenados, todo está tan cerca de vosotros... El Padre cósmico del que os hablo es el Padre-Madre de todas las galaxias, el Océano Ain-Soph al que hacen alusión todas las culturas.
Dejad pues de imaginar que está tan lejos de vosotros, ya que estáis realmente en él, en su cuerpo, y él va a deslizarse hasta la tinta con la que vosotros escribís.
Comprended ahora que no es ese Padre, al que yo llamaba desde la cruz en el cuerpo de vuestro hermano Jesús. Ese Padre, uno de cuyos embajadores era y sigo siendo, es el intérprete privilegiado y el amante eterno de la Tierra-Madre que hollamos a diario. Los antiguos pueblos le llamaban el Melquisedec de los Melquisedec o el Manú de nuestro mundo, la conciencia directriz de su cuerpo y de sus humanidades. Otros lo llaman Logos planetario, ya que, para este planeta, es el punto supremo que capta y luego redistribuye las fuerzas de armonía de nuestro universo, procedentes del Todo.
No os sintáis turbados, amigos, por lo que de entrada os parece una diferencia o una separación. En verdad, no hay un Padre eterno y luego otro Padre más. Está el único y los que lo encarnan en diversos grados en los miles de millones de galaxias. Cada uno de vosotros también representa un Padre para los millones de cosas que lleva a cabo durante toda su vida. Esas cosas, sin que lo sepáis, constituyen la substancia, la matriz de los mundos futuros, y en los tiempos venideros se os confiará la realización de su eclosión.
Así pues, todo es creador, todo es alimento... Vosotros mismos seréis alimento para la tierra que os absorberá.
Ya ha pasado la hora de los ascetas que desdeñan la substancia vital que su estómago reclama. Y tampoco es hora ya del despilfarro desconsiderado de los alimentos. Que cada cuerpo reciba su justa medida, ya que tanto la privación como la superabundancia son ambas insultos a la armonía. Un templo cuyos constructores han hecho una chapuza de paredes por desinterés, no es digno de serlo. Un lugar sagrado recargado de oro y piedras preciosas ya no representa apenas más que un homenaje al ego.
Caminar hacia los mundos del espíritu, amigos, es empezar por ordenar en primer lugar las cosas del cuerpo. Vuestro cuerpo será sucio y vil si algún elemento de vuestra alma mantiene detritos y bajezas. Pero, por esencia, os digo que es todo luz.
La búsqueda de alimentos sanos se convierte en un ideal hacia el que todos deben tender. Desde que el veneno de la inconsciencia ha generado su rosario de venenos químicos, esta búsqueda se vuelve vital.
Sabed bien, sin embargo, que no debe suscitar la obsesión que ya se desarrolla entre algunos de vosotros.
Un edificio se destruye primero por su cubierta, por su armazón, y vuestra cubierta, la de todos vosotros, es vuestra confianza, y vuestro armazón, vuestra voluntad. De nada sirve elegir gruesas y sólidas piedras para las paredes si las aguas de los huracanes internos pueden infiltrarse en ellas. La confianza en la Vida
omnipresente, la voluntad de servir a esa Vida y de reconocerla en uno mismo son los fermentos del amor.... y un Amor así eleva lo impuro hasta lo puro, hasta el corazón mismo de éste. Esto exige un abandono de vuestros endurecimientos y de vuestras resistencias hasta en el acto de comer. Os decía que los hombres engullen más que comen. Es otra costumbre que ha adoptado la conciencia aletargada para dominar lo que la rodea. Creen dominar y hacer suyo lo que ingieren, pero en el universo no hay nada que dominar ni de que apropiarse. Si queréis el combate hasta en vuestras entrañas, lo tendréis: lo que no es amado, lo que no es reconocido como parcela de vida, lo que sólo es utilizado, está llamado a rebelarse más tarde o más temprano.
Que vuestros dientes y vuestro estómago no destruyan nada, que no extirpen de una materia el zumo que ésta sólo pide ofrecer por sí misma. Dejad que esta ofrenda haga su obra, y entonces seréis nuevos generadores de vida. Los hombres estáis dotados de una fuerza inconmensurable que podéis volver ennoblecedora con sólo quererlo. ¿Os obstinaréis en optar por lo contrario? Entonces, vosotros mismos os convertiréis en un "contrario", para experimentar siempre un poco más de desórdenes y disonancias. No es un castigo a los que no ven y no oyen, sino el camino lógico que se trazan ellos mismos hasta que no puedan más de tanto renegarse.
Alimentar bien el cuerpo, respetar sus contingencias, eso también es una forma de amor, no os quepa duda.
Os hablo de honrar, de preservar y de purificar, y no de alimentar ningún culto narcisista.
Nada de todo lo que este mundo engendra es impuro en sí. Decíos tan sólo que vuestro corazón dispone de la libertad de aceptar o de rechazar todas las manifestaciones de la Vida en función de su propia capacidad de sublimación.
Los propios excrementos que genera cualquier alimento denso no merecen ningún desprecio en cuanto se comprende su función. No son suciedad sino transformación: tampoco son decadencia sino más bien potencial de regeneración. Son el soporte de lo que permite a la naturaleza física perpetuarse y encontrar cierto equilibrio. Algunos pueblos lo han comprendido, y no los menores, y utilizan pequeñas cantidades de ellos en la preparación de remedios para la salud. Lo que os hace sentir asco en este terreno es el análisis erróneo de vuestra mente aliado con las pulsiones incontroladas de vuestro ser emocional. El estado de putrefacción y de descomposición son fases necesarias en la maravillosa aventura de la Vida que se os ofrece. Os sentís incómodos en cuanto su proximidad física roza vuestra vida, y eso es lógico en cuanto tomáis conciencia de la necesidad de la higiene. Por el contrario, ni por un instante imagináis que os puedan incomodar los residuos
nacidos de vuestros cuerpos sutiles. Y, no obstante, los cuerpos etéricos y egotistas de vuestra alma engendran una verdadera contaminación que, en cambio, puede desempeñar la función de una gangrena solapada.
La contaminación profunda anida más en estos campos que en cualquier otro.
Pero seamos claros, amigos; que estas consideraciones sobre uno de los aspectos de la vida en nuestro mundo no velen la necesidad de una gran higiene física. Aunque la materia en descomposición no es vil por esencia, no se puede mezclar estrechamente con lo que se despliega bajo el sol. Ved cómo una planta muere si sus raíces entran en contacto directo con las aguas de estiércol. La actitud mental apropiada es la cuerda tendida entre dos cumbres desde siempre para vosotros.
Por lo tanto, la limpieza de un cuerpo forma parte integrante del alimento de ese cuerpo. Las semillas de vida que llamáis prâna no llegan hasta vosotros únicamente a través de las materias que absorbéis o por las puertas sutiles del organismo, vuestros plexos. Son el fundamento del aire del que os llenáis por medio de la
respiración. Si ahora os digo que sois análogos a un inmenso pulmón, entonces comprenderéis mejor que el prâna penetra también en vosotros. Este esquema es sencillo y conocido desde hace mucho tiempo, y sin embargo la humanidad ha tomado conciencia de él de forma muy imperfecta.
Por consiguiente, os alimentáis un poco mejor cada vez que se ilumina en vosotros el juego sutil de esas formas de vida. Alimentarse, amigos, es ante todo acoger luz, y, uniéndose a ella, conducirla un poco más allá por su camino alquímico. En una época futura, la humanidad terrestre descubrirá las comidas de prâna; será un paso más hacia la transparencia a la que os invito, al igual que el vegetarianismo puede serlo hoy en día.
Los vegetarianos no son testigos absolutos de la luz interior; a veces incluso distan mucho de ello, pero hay que verlos como la señal de que se ha abierto una brecha en las costumbres y las pseudo-necesidades cristalizadas de los tiempos antiguos. Los viejos recuerdos están llamados a "desenquistarse". El interés que
se presta a las formas de alimentación que se alejan de toda naturaleza animal, es la señal de que al menos se ha entreabierto un pórtico, un pórtico que nadie tiene derecho a forzar, sino, por el contrario, a empujar progresivamente.
Todo en vosotros, amigos de la Tierra, se revela pues como signo anunciador. Vuestro cuerpo, por la fuerza y la pureza que le ofrecéis, refleja la imagen fiel de la mirada que dirigís a la Vida. Reviste entonces una fuerza que no se identifica con la de los músculos, una belleza muy distinta de la de las formas; se engalana
con el vestido de amor que es el vestido de fusión, el vestido de compasión. Con todo esto quiero deciros que las manifestaciones físicas de la vida, empezando por vosotros, seres de carne, tienen la capacidad de convertirse en los primeros embajadores de mi Padre. ¿Habéis observado cómo Él reside a veces por entero en una mirada, en el contacto de un brazo que rodea unos hombros o en el gesto, en apariencia trivial, que os ofrece un manjar?
Su presencia de amor empieza ahí...
Ahora me diréis: "Todo eso ya lo sé, lo he sentido muchas veces; creo incluso haberlo comprendido..., pero nada cambia verdaderamente; ¿no hay pues una técnica que permita integrarlo mejor?".
En verdad, esto es lo que os puedo decir. Cuando recorría vuestra Tierra hace dos milenios, mi cuerpo y mi corazón tenían conocimiento de muchas técnicas, técnicas que numerosos maestros encargados de mi formación durante mi infancia se esforzaron en inculcarme. Siempre las he reconocido como ayudas, y sigo reconociendo su utilidad, pero debo decir que rara vez las he empleado, y sin duda más rara vez aún en los momentos que acuden a la mente de todos, los que se han fijado en las memorias. Las técnicas, las prácticas pueden desempeñar un papel de esclusa hacia otra parte de nosotros mismos o del universo; a veces también
son el pretexto para una disciplina con el fin de canalizar la actividad de la conciencia mental y las fuerzas anárquicas de lo emocional... Pero sabed que nunca serán ese potencial que, en vosotros, realiza el "trabajo", es decir la obra de restauración de vuestro ser divino.
Recorriendo vuestro mundo con la mirada, veo a un gran número de hombres y mujeres entregados de corazón y desde hace mucho tiempo a hermosas y respetables prácticas que, a su manera, son todas otros tantos yogas de purificación. Sin embargo, aunque gracias a ellas el templo de sus cuerpos se encuentra mejor alimentado y ennoblecido, aunque sus almas encuentran más paz en ellas y sus corazones una fuente donde pueden beber, la rueda de las limitaciones no se detiene por ello.
No basta con respetar el templo para convertirse uno mismo en templo de lo Vivo; no basta con querer la paz y el amor para ser paz y amor. Por el contrario, sólo se toman prestados los hábitos y con demasiada frecuencia se cae en su trampa, en la trampa del "iniciado". Son trampas sutiles que, aunque a menudo estén
animadas por una voluntad de amor, siguen siendo proyecciones del ego.
La práctica que se os pide sobre todo hoy en día, hermanos de la humanidad, más allá de todas las prácticas, ¡es dejar que se apague en vosotros ese brasero que desde hace tanto tiempo exclama: "quiero", con una voluntad tan personal, tan combativa!.
¡Abrid la mano, en vez de cerrar el puño y de endureceros! Que en vosotros todo sea fluido; la solución pasa por esta necesidad...
No sois "vosotros", en lo que veis de vosotros, quienes debéis querer purificar vuestro cuerpo a fin de convertirlo en un trampolín más para reuniros con el Ser, ya que, en realidad, ¿acaso conocéis ese "vosotros "?
Por eso os digo: Sed simplemente una vía de acceso para que la forma de mi Padre se encarne en esta Tierra. En esta vía de lo Impersonal es donde encontraréis vuestra verdadera personalidad. Es la Vida absoluta quien debe querer a través de vuestro cuerpo y de vuestra alma. Os pido entonces que dejéis de hacer de vuestra existencia un desafío, ya sea un desafío a vuestra pesadez o un desafío a las fuerzas de la Sombra. El desprendimiento se convierte en la clave de la era que se abre en adelante. No hay que convencer
a nadie de nada, ni siquiera de lo que, en la superficie de vuestro ser, se rebela aún y hace como si no entendiera, como si ya no comprendiera. La totalidad de vuestra personalidad encarnada, hasta el menor engranaje de vuestro organismo, sólo vive acontecimientos cuya finalidad es poner en evidencia esa necesidad
de ceder. Quien ha admitido esto empieza por ver cómo sus pruebas se transmutan en enseñanzas. Os aseguro que, para el Amor que hoy en día intenta expandirse en la materia densa de vuestro mundo, la noción de derrota no existe.
Por lo tanto, eliminadla de vuestro corazón y dejad de hacer de ella el alimento de vuestros días. Lo que alimenta la debilidad y la enfermedad es ante todo el hecho de verse débil y enfermo. Por consiguiente, cualquiera que camine a mi lado por el camino de la consolación y de la regeneración debe disolver primero en su propio nido los viejos esquemas que el no-amor ha instalado en él. ¡Y es así, amigos, como viene a madurar la energía del vuelo!»

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