viernes, 10 de marzo de 2017

NIÑOS ÍNDIGO Y LA RABIA



La rabia es una emoción que es considerada normal al sentirla. Todos los seres humanos, tanto grandes como pequeños, han vivido esta emoción. Sin embargo, es normal porque la mayoría de la gente la ha experimentado, más no es natural porque no es intrínseca a la esencia del ser humano, ya que no nacemos con ella sino que la vamos aprendiendo en el camino de la vida por modelaje, por lo que la conducta se imita después que se la ha visto ejecutar en el entorno.

A medida que los niños Índigo van creciendo vamos observando, con cierta frecuencia, que tienden a ponerse rabiosos. Para entender esta manifestación posible se requiere entender el proceso de la rabia. La rabia es una emoción que se nutre de necesidades insatisfechas cuyos pilares están fundamentados en la injusticia, impotencia, en pensamiento de exigencia y de culpa.
Las manifestaciones de rabia física, ventilada, se notan en gesticulaciones de contracción en el cuerpo como puños cerrados, en tensión muscular de la cara reflejada en ceño fruncido, muecas
con la boca, chasquidos de dientes, contracción de la mandíbula, ojos desorbitados, tensión en las cuerdas vocales, expresándose en el subir del tono de la voz, el grito, atropello o abuso verbal y un mayor riego sanguíneo que aumenta la temperatura. Estas pueden haberse visto inicialmente en el círculo familiar primario como son los padres, hermanos; en el secundario como son los abuelos, tíos, demás familiares y/o en el terciario que es el medio ambiente, el
colegio, la televisión y otros medios de comunicación. La influencia se minimiza a medida que el círculo se aleja del entorno inmediato del niño.


Si reaccionamos visceralmente a los estímulos, sin modelar calma, los niños aprenden que esa conducta es la adecuada y la copian accionándola cuando se sienten frustrados y las cosas no les salen como ellos desean y esperan. Nuestra reacción les ha dado un patrón, una forma de percibir los hechos. Con ella les hemos proporcionado una evaluación del estímulo bien sea con nuestras palabras o con nuestros gestos, que luego van a imitar. La rabia es una alerta de que no estamos manejando un aspecto emocional en nuestras vidas. Por ello, si actuamos con calma ante una situación de frustración les estaremos dando el mejor regalo de modelaje, la mejor herramienta para manejar las tensiones en el futuro. Los niños aprenden más por lo que viven que por lo que oyen. Por lo tanto, esta emoción se da cuando no se puede manejar el contraste de las emociones fuertes entre lo que se desea y lo que se logra.

En el Índigo, el contraste forma parte de su cotidianidad. Vive emociones fuertes entre lo que su inteligencia espiritual le proporciona y lo que capta de su entorno material. Le cuesta manejarlo pues por su misma condición de expansión, captan multidimensionalmente energías de otros planos más sutiles que lo confrontan con la densidad de la realidad de tercera dimensión,
sintiendo un embate energético. Este aspecto se da mayoritariamente en el ser Índigo que tiene mucho tiempo sin reencarnar y que viene a asistirnos a la humanidad en el paso de transición hacia otra dimensión.
A ellos les cuesta manejar la densidad del cuerpo, lo sienten como un freno a su sutileza, sus pensamientos son más veloces que su articulación y sienten impotencia con las herramientas de
comunicación como leer, escribir, repetir, pues son métodos muy lentos para su propia velocidad de vibración. También les cuesta poner en práctica la paciencia, pues en sus mundos sutiles la
manifestación del deseo o de la intención es inmediata, el tiempo entre estímulo y respuesta no se hace esperar. En cambio, en tercera dimensión el impulso se demora para que pase por todas las matrices de creación y se logre concretizar. Sus pensamientos de exigencia que activan la rabia son más altruistas porque desean que evolucionemos, nos quitemos la venda de la ignorancia de quiénes somos para percatarnos de nuestra esencia y actuar de acuerdo a ella. 

 
Para ello, requerimos hacer el esfuerzo de desembarazarnos de las emociones que nos anclan, como el temor. Por lo tanto, nos confrontan con él en la cotidianidad, no haciendo caso a las amenazas, coerciones, castigos que les tratamos de imponer fruto de la necesidad de control, producto de la misma emoción.
La impotencia que sienten es por encontrar aun muchos topes que limar en el medio ambiente, muchas condiciones impuestas en los hogares y colegios, que lo pretenden atar a exigencias que para ellos ya son obsoletas, absurdas, como tener que aprender de memoria las lecciones, perder tiempo en la repetición de detalles cuando su visión es más del todo, holística. Su sentido de urgencia alimenta su impotencia. Por ello, observo con frecuencia que en su vocabulario la palabra injusticia es recurrente. La expresión del “no es justo” se cuela en sus pensamientos pues choca con su profunda necesidad de ser respetado desde pequeño, de vivir un sistema horizontal no vertical, de participación no de autoridad y de llevar a cabo el cambio que ya está presente en él.


¿Cómo ayudarles?
Cuando validamos estas necesidades observamos que los niños fluyen más en función de su misión de vida, hay menos confrontaciones con los adultos pues los sienten sus aliados,
asistentes, para llevar a cabo su propósito de vida. Por ello, es recomendable que el adulto articule la presencia de la emoción de la rabia en ellos, por ejemplo, “parece que estás muy bravo”, en vez de coartar la emoción y reprimirla como “¿cómo se te ocurre ponerte bravo?”.
Luego, permitirle al niño descargar la tensión del músculo, corriendo, saltando cuerda, jugando pelota, de forma que el músculo libere la tensión a través del movimiento y pueda relajarse.
Sin embargo, cuando hacemos caso omiso de estas condiciones vamos cerrando su conexión con su inteligencia espiritual debido a nuestra repetición, a la imposición de nuestros criterios, y al hacerlo los densificamos, los contaminamos y observamos, entonces, inteligencias puestas al servicio de la incoherencia, niños rabiosos, frustrados, que se tornan violentos. Hay que recordar
que nuestra misión como padres y docentes de estos niños es servir de puente entre esa particular sensibilidad e inteligencia para ayudarlos a canalizarla y ser útiles a la humanidad y reconocer que en su experiencia dentro de la tridimensionalidad absorben los modismos que nosotros hemos modulado, aunque su intención sea más sutil. Asistiéndolos, nos ayudamos a nosotros.

 
María Dolores Paoli
FUNDACIÓN INDIGO

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