Nos corresponde ser una generosa generación de transición.
Estamos entrando en una encrucijada histórica, quizá la más trascendente en la historia del hombre. Nos referimos a los niños “extraños” que están apareciendo en todas las familias y quepueden entrar en la denominación de genios o excepcionales, y que al parecer ya sobrepasan el ochenta por ciento en estas tres últimas generaciones. ¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema? Por una
incongruencia inexplicable, nuestros modos educativos los están frenando.
Hasta hace muy poco tiempo, casi nadie se interesaba por perfeccionar la mente del humano, creyendo, sin duda, que la evolución había terminado, que no podíamos ser más inteligentes de lo que somos. Nada más falso. Según los biopsicólogos (Universidad de Princeton), es muy raro el humano que haya llegado a usar en su vida el dos por ciento de su inteligencia potencial. O sea, que el noventa y ocho por ciento de la corteza cerebral de esos privilegiados que usan el máximo porcentaje, va casi íntegra al cementerio, a servir de abono para unas hierbecitas
mustias. Demasiada masa encefálica para los “gorilas ilustrados” que todavía nos envidiamos, hacemos guerras a muerte, que todavía tenemos ejércitos y fronteras, sobre una bailarina pelota de golf.
Pero la redención de esta generación y la solución a la crisis mundial no está en manos de los adultos de hoy, contagiados del virus de una sociedad cuyos valores prevalecientes y casi únicos
son el poder y el dinero. Es necesario mirar hacia el humano que en estos momentos se está iniciando en el milagro de la vida, hacia el prenatal y la primera infancia, hacia los que vienen con una mente fresca, limpia, sin rutinas y sin imposiciones, los que todavía no son tribales ni están masificados.
Lo mismo que la técnica se nos ha disparado hacia el infinito, acelerando nuestra comprensión de lo concreto y solucionando los problemas anecdóticos de nuestra vida, de la misma forma la
educación o formación integral del humano, puede, en pocas generaciones, dispararse hacia el pensamiento abstracto, que es el propio y específico del ser humano. Y esto lo va a hacer el niño
que todavía es una esperanza, si los técnicos habilitan a los padres y maestros para que faciliten en sus hijos y alumnos la aparición de ese ser humano consciente, responsable y amoroso.
Y esto sucederá cuando, iniciados desde el prenatal hasta la universidad y más allá, intenten una sociedad nueva en la que haya valores que se salven, los pocos que valgan la pena, y aparezca,
sin revoluciones retóricas ni cataclismos, la nueva generación de humanos que se comporten como humanos, que no se avergüencen de hablar de amor, de cortesía, de convivencia, de limpieza mental, de fidelidad.
Estamos intentando, en los cursos y talleres de Creática, conseguir unos niños más “hominizados” como especie, más humanos como individuos, más alejados, desde el principio de su vida de otros mamíferos “inferiores”. Estamos convencidos de que la deshumanización o “deshominización” consiguiente de nuestra sociedad, su complicación y artificialidad, tienen sus inicios y fundamentos en los primeros escarceos académicos y educacionales del ser humano: la etapa preescolar.
Ahí es, precisamente, donde empieza a torcerse el arbusto, si recibe influencias nocivas, o no se activa y se templa su personalidad.
Por eso damos tanta importancia en Creática al programa Genios del Futuro, como el pilar y cimiento de la educación, ya que para nosotros inteligencia no es sólo el pensamiento, sino la vida, que se compone de ideas (razonamiento y relaciones mentales), conductas (socialidad, convivencia, hermandad universal) y valores (trascendencia, espiritualidad). La Forma o Programa Genios del Futuro comprende el Prenatal, los Neonatal I y II, Maternal, Párvulos y Preparatorio. Todo ello desde los 0 hasta los 7 años de edad cronológica. Si esta etapa está bien cimentada, no hay peligro de que el arbusto deforme su verticalidad.
Hay que invitar al niño a esta edad, es más, hay que retarlo a que descubra la cantidad y la calidad de su herencia biopsíquica, con el acento en su inteligencia, en el razonamiento abstracto y aplicado a la vida. Tenemos que adelantarnos, para evitar que nos los llenen, ya desde el principio, de tópicos, de eslóganes, de dogmas sociales intrascendentes y de artificio, que contaminen sus mentes y su personalidad plagándolas de inseguridad y de obligaciones enojosas, en cuya formulación ellos no han intervenido. Los incitamos, ya a esta edad, a que exhiban su pensamiento propio y original, y a que las verdades o errores en que caigan, sean “sus” errores y “sus” verdades, siempre con una absoluta libertad de retractación y de cambio, no por miedos irracionales, sino por valentía, honestidad y amor a la “verdad verdadera ” .
Tenemos que preparar al niño del siglo XXI, no tanto para que se acomode a una realidad heredada, y como toda realidad, mutante, sujeta a los ciencidogmas de Niels Bohr o de Albert Einstein, cuanto a que esté abierto a un continuo nuevo modo de concebir la existencia, que los adultos de hoy es difícil que lleguemos a comprender.
Más que para la información debemos prepararlos para la informática; más que para el servicio del hombre al hombre, para la robótica; más que para la electricidad, para la electrónica y la
biónica; más que para la verdad única, que estén preparados para la alternancia y la reconsideración. Más que llenarlos, debemos hacer más grande su vacío interior, su espacio ideativo, para que puedan ver y comprender los cambios esenciales que están ya a la puerta y
acomodarse a ellos con sentido de pertenencia. No debemos tratar de hacerlos iguales a nosotros –como podría perdonarse a nuestros padres y abuelos–, que nos repitan, que sean nuestros clones, porque por muchas y muy válidas razones nos sospechamos inacabados, sino precisamente para que algún día puedan compadecernos con ternura y madurez por nuestro inmenso atraso evolutivo.
Nos corresponde ser una generosa generación de transición a unos
nuevos modos, tan distintos de los nuestros, como la espada de Julio César y un moderno rifle láser. No intentemos retrasar la inevitable evolución de su inteligencia.
Natalio Domínguez Rivera
FUNDACIÓN ÍNDIGO
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