viernes, 28 de abril de 2017

INDIGO.- PARA QUE UN NIÑO FLOREZCA


A lo largo de mi vida he aprendido que el dinero viene y va, pero la moral y la ética vienen y crecen. Todo educador, desde tiempos inmemoriales, ha hecho énfasis en que la verdadera educación debe formar el carácter del estudiante. De hecho, se ha dicho que la finalidad de la educación es el carácter. Se ha tratado de definir la palabra carácter en muchas formas, por diversos expertos, filósofos, educadores, y demás, pero yo defino el carácter como unidad de
pensamiento, palabra y acción. No hay duda, por lo tanto, de que la finalidad del proceso educativo debe ser la integración del ser humano. Y son los valores humanos, como el amor, la verdad, la rectitud, la paz y la inofensividad, lo que simbolizan la integración de pensamiento, palabra y acción que se define como carácter y que es, a su vez, el objetivo de la nueva educación.

El valor de un individuo depende de su cultura, y ésta depende de la educación. A medida que la humanidad comienza a interactuar de forma más consciente y espiritual, la cultura del ser humano comenzará a acelerarse para llegar a una forma espiritual completa, global y vital.
Desde los tiempos más remotos, existió una comunidad de seres evolucionados para dar a conocer a los hombres su verdadera misión. Entonces surgió la educación que tiene como objetivo dar a cada uno su verdadero valor, sin pretender canalizar los espíritus.
Acercarse a un niño es como acercarse a una delicada rosa. Cientos de estudios muestran que la forma en que los padres tratan a sus hijos –ya sea con una disciplina dura o una comprensión empática, con indiferencia o cariño–, tiene consecuencias profundas y duraderas en la vida emocional del hijo. Los tres o cuatro primeros años de vida son una etapa en la que el cerebro del niño evoluciona en complejidad a un ritmo mayor del que alcanzará jamás.

Durante ese período el aprendizaje emocional es el más importante de todos. Lo peor que se les puede hacer es absorberles la energía corrigiéndolos. Por eso, siempre deben ser incluidos en las
conversaciones, en especial las conversaciones sobre ellos. Cada adulto puede concentrarse y prestar atención solamente a un niño por vez. Si hay demasiados niños para la cantidad de adultos, éstos se ven desbordados y son incapaces de dar suficiente energía. Los hijos empiezan a competir entre ellos por el tiempo de los adultos. No toda la energía tiene que provenir sólo de los padres. De hecho, es mejor que no sea así. Pero, independientemente de quién cuide a los niños, la cuestión es dedicarles esa atención de uno en uno.
Para que un niño crezca y florezca, necesita amor, aceptación y elogios. A los niños (como a los adultos) se les puede mostrar maneras “mejores” de hacer las cosas sin hacerles sentir que la
forma en que las está haciendo está “mal”. El niño que llevas dentro también sigue necesitando amor y aprobación.

Cuando se sienten bien es cuando mejor lo hacen todo. Se desarrollan maravillosamente. Estas son las palabras que los niños quieren oír, porque hacen que se sientan bien:
- Te quiero y sé que estás haciendo lo mejor que puedes.
- Tal como eres, eres perfecto.
- Cada día te vuelves más encantador.
- Estoy de acuerdo contigo.
- A ver si encontramos juntos una manera mejor de hacer ésto.
- Crecer y cambiar es divertido y podemos hacerlo juntos.

Recuerda que la verdad siempre puede expresarse en el nivel de comprensión de un niño. Sólo requiere un poco de reflexión. La educación de los niños comienza con la educación de los padres.
En cada niño hay un ser creador que es necesario despertar y llevar a la acción. La información básica que tenemos que dar como educadores es hacer entender al niño que él no es su cuerpo, sino que el cuerpo es una propiedad suya. Tenemos que hacerle entender la ciencia del hombre, es decir, lo que es y lo que tiene.
Tenemos amor, tenemos sabiduría, tenemos mente, deseos, un cuerpo, vestidos, propiedades, una cuenta en el banco, todo ésto es lo que tenemos, pero lo que tenemos es diferente de lo que somos. Lo que somos se llama alma, y todo lo que tenemos como conocimiento, sentidos, mente, cuerpo, son vehículos a través de los cuales actuamos. Este entendimiento es lo primero que se debe dar a los niños.

También debemos darles el entendimiento de que es importante que su cuerpo y mente colaboren con ellos; es lo que se llama “educación relativa a la alineación”. Tenemos que decirles a los niños que su mente y su cuerpo deben ser capaces de hacer lo que él quiera, y eso es muy fácil cuando son niños, pero es más difícil cuando son un poco mayores. Análogamente, si se trata de una planta la podemos doblar según queramos, pero una vez que se ha convertido en árbol ya no podemos hacer casi nada.
Si le damos detalles relativos a la mente, los sentidos y el cuerpo y la necesidad de alinearlos, y si les damos además una educación certera de cómo usar el cuerpo, cómo usar los sentidos y cómo usar la mente, si les damos estas instrucciones sencillas, a los veintiún años serán personas “alineadas”.
Hemos de darles mucha información acerca del ser humano y decirles cuáles son las consecuencias del comer mucho y las ventajas de comer una comida adecuada a horas regulares;
también podemos decirles que cuando quieran algo tienen que preguntarse antes “por qué lo quieren”, y así se les desarrollará el discernimiento. Deben ser capaces de preguntarse a sí mismos si lo necesitan de verdad. Los niños no son tan personales como los mayores y se mantienen siempre un poco impersonales. Podemos hacer que el niño se haga esta pregunta:
“¿de verdad lo necesito?” Y si el niño se puede preguntar eso, será capaz de obtener una respuesta; es un buen ejercicio para ejercitar el discernimiento.

También podemos decirles la importancia del hablar y tener cuidado de que hablen solamente cuando es necesario, porque éstas son las cosas que es difícil arreglarlas de mayores. Cuando se ponen los sentidos a un uso nocivo, el cuerpo que se pone en un uso inadecuado, lo mismo que el hablar y la mente, más tarde es muy difícil ponerlos otra vez en orden, por eso el alineamiento-equilibrio es un proceso difícil después de los veintiocho años. Les haremos bien de verdad a los niños si les podemos dar esta clase de conocimientos entre los siete y los veintiún años. En este período se puede desarrollar todo lo que se ha dicho.
Otra cosa importante que tenemos que decirles es que es mejor cooperar que competir.
Normalmente como padres les hacemos competir y sus vidas están llenas de tensiones y sufrimiento, porque siempre hay personas que están por delante de ellos y es una carrera constante (producto de la comparación).
Siempre están corriendo por la vida, pero nunca están satisfechos si tienen que correr tras las cosas en competición. Hay gente que sabe estudiar mejor, gente que tiene mejor trabajo, otros que ganan más dinero, otros que tienen la pareja más bella o hijos más preciosos o mejores propiedades. En cada aspecto de la vida hay gente que tiene mejores cosas que uno; puede ser que en realidad no tengan más, pero a nosotros nos parecerá que tienen las cosas mejor que uno, según la creencia de que “el pasto del vecino” siempre es más verde. La competición es un proceso de tratar de “ser más que el otro” y nunca satisface.

Es una actividad terrible que encontramos en el planeta: correr detrás de las propiedades o del dinero, detrás de la fama, la fortuna, el poder y el amor egoísta. Todo eso es un aspecto de la competición y una vez que estamos dentro, vemos a nuestro colaborador como nuestro enemigo.
La competición siempre trae destrucción. Podemos contarles o leerles a los niños pequeñas historias que hablen de la competición, incluso podemos inventárnoslas y contárselas.
Eso es muy importante para que no se acostumbren al sistema de competición, sino que aprendan el espíritu de cooperación. Mediante la cooperación entenderán mejor las cosas de la vida. Eso es lo que tenemos que hacer con los niños para empezar. Es un triángulo de necesidades: lo primero es hacer que comprendan correctamente el funcionamiento de su propia constitución (máquina humana); lo segundo es enseñarles la importancia de hablar correctamente y lo tercero es enseñarles el espíritu de cooperación. Podemos trabajar con este triángulo inicialmente y si esto se arraiga en los niños, el resto lo harán cuando sean mayores.

La escuela en la nueva era de Acuario debe ser formalmente una comunidad de aprendizaje informal, donde un grupo de personas se reúnen informalmente para compartir ideas y aprender unos de otros (los maestros del alumno y los alumnos del maestro. y donde los libros sean interactivos; es decir, donde a veces aprendes de ellos y otras agregas a ellos). Personas que desempeñan roles similares o buscan un resultado compartido. Pueden ser los simpatizantes del mismo equipo de fútbol o los simpatizantes de un grupo de música... Quizás no tengan demasiadas cosas en común, pero tienen un alto interés en el asunto específico que los une y
quieren compartirlo. El proceso de aprendizaje principal en estas escuelas se produce mediante la acción de compartir historias, relatos, conceptos, conocimientos y experiencias.

Para un extraño, este acercamiento puede parecer de poco valor. Sin embargo, es de hecho más poderoso que las formas tradicionales de enseñanza. No sólo porque nos resulta muy agradable, sino para influir sobre la comprensión de los hechos y, por lo tanto, ayudar a ilustrar el conocimiento e impulsar el desarrollo de cada persona. En la nueva educación a menudo
recurrimos al humor, la ironía, la emoción y la metáfora para visualizar diferentes escenas. Estos elementos facilitan el traspaso general del conocimiento sin demasiado esfuerzo y mucho más
efectivamente que otros métodos formales.
Si los padres quieren comprender a sus hijos y ayudarles a desarrollarse según las líneas trazadas por las tendencias cósmicas naturales, a mantenerse en armonía con la personalidad cósmica
recibida en el nacimiento y, por tanto, asegurarles la mayor felicidad y el mayor éxito, tendrán que comprender muy bien la naturaleza interior de los hijos, sin tener en cuenta las características temporales que pueden mostrar por contacto con otros niños, por el instinto de imitación u otras influencias exteriores similares de carácter temporal.

FUNDACIÓN ÍNDIGO
Juan Ángel Moliterni

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