miércoles, 29 de marzo de 2017

El Yoga de Jesús por Paramahansa Yogananda Capitulo - IV (II Escrito) ¿”UN SOLO CAMINO” O UN CAMINO UNIVERSAL?


Capitulo IV (II Escrito) ¿”UN SOLO CAMINO” O UN CAMINO UNIVERSAL?
Las enseñanzas de Jesús
Acerca de “nacer de nuevo”,

Alcanzar el cielo y “creer en su nombre”
El “segundo nacimiento”: el despertar de la facultad intuitiva del alma La verdad oculta en las parábolas de Jesús.
“Y acercándose los discípulos le dijeron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. El les respondió: “Es que a vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”. (Mateo 13: 10-11,13).
Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús por qué enseñaba a la gente por medio de la sutiles imágenes de las parábolas, él les respondió: “Porque ha sido decretado que vosotros, que sois mis verdaderos discípulos, que vivís una vida espiritual y guiáis vuestras acciones de acuerdo con mis enseñanzas, merecéis, en virtud de vuestro despertar interior en la meditación, comprender la verdad de los arcanos del cielo y el modo del alcanzar el reino de Dios, es decir, la Conciencia Cósmica oculta tras la creación vibratoria de la ilusión cósmica.
“Pero las personas comunes, cuya receptividad es todavía
insuficiente, no están capacitadas para comprender o practicar las verdades más profundas de la sabiduría.
Según su entendimiento, captan de las parábolas las verdades más sencillas contenidas en la sabiduría que yo les comunico.
Mediante la aplicación práctica de lo que son capaces de recibir,
realizan cierto progreso hacia la redención.”
¿Cómo es que perciben la verdad aquellos que son receptivos, en tanto que quienes no lo son “viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”? Las verdades fundamentales relacionadas con el cielo y el reino de Dios, la realidad que se encuentra en el trasfondo de la percepción sensorial y más allá de las reflexiones de la mente racional, solo pueden captarse a través de la intuición, es decir, mediante el despertar del saber intuitivo, o comprensión pura, del alma.



“Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judio. Fue éste a Jesús de noche y le dijo: “Rabbi, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tu realizas si Dios no está con él¨.
“Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”.

“Dícele Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”.
“Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es Espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”. (Juan 3: 1-8)
Nicodemo visitó a Jesús en secreto, durante la noche, porque temía las críticas de la sociedad. Acercarse al controvertido maestro y expresar su fe en la divina estatura de Jesús constituyó un acto de valor por parte de quien ocupaba una posición tan encumbrada. Reverentemente, afirmó su convicción de que solo un maestro que experimentase la verdadera comunión con Dios podía tener dominio de las leyes superiores que gobiernan la vida interior de todos los seres y de todas las cosas.
En respuesta, Cristo dirigió la atención de Nicodemo directamente hacia la celestial Fuente de todos los fenómenos de la creación- tanto mundanos como “milagrosos”- y señaló de manera sucinta que cualquier persona puede establecer contacto con esa Fuente y conocer las maravillas que proceden de ella – como Jesús mismo lo hacía- si experimenta el “segundo nacimiento”:
El nacimiento espiritual del despertar intuitivo del alma.
Las multitudes, que tan solo albergaban una curiosidad superficial y se sentían atraídas por el despliegue de poderes fenoménicos, recibían una porción ínfima del tesoro de sabiduría de Jesús; en cambio, la manifiesta sinceridad de Nicodemo le permitió obtener del maestro una guía precisa que hacía énfasis en el Poder y el Objetivo Supremos en los cuales debe concentrarse el hombre.
Los milagros de la sabiduría que iluminan la mente son superiores a los de la curación física y a los del dominio sobre la naturaleza; pero aún mayor es el milagro que consiste en la curación de la causa original de toda forma de sufrimiento: la engañosa ignorancia que eclipsa la unidad del alma humana con Dios.
Ese olvido primordial puede desterrarse sólo mediante la realización del Ser, a través del poder intuitivo con que el alma percibe de manera directa su propia naturaleza como Espíritu individualizado y siente al Espíritu como la esencia de todas las cosas.
Todas las religiones del mundo auténticamente reveladas se basan en el conocimiento intuitivo. Cada una de ellas tiene una particularidad exotérica o externa y una esencia esotérica o interna.
El aspecto exotérico es su imagen pública, constituida por procesos morales y un conjunto de doctrinas, dogmas, razonamientos, normas y costumbres que tienen como propósito servir de guía al común de los seguidores.
El aspecto esotérico consiste en ciertos métodos que se concentran en la comunión real del alma con Dios.
El aspecto exotérico es para las multitudes; el esotérico, para aquellos pocos que cuentan con verdadero fervor.
Es el aspecto esotérico de la religión el que conduce a la intuición, al conocimiento directo de la Realidad.
El sublime Sanatana Drama de la filosofía védica de la antigua India –resumido en los Upanishads y en los seis sistemas clásicos de conocimiento metafísico, e incomparablemente sintetizado en el Bhagavad Guita – está basado en la percepción intuitiva de la Realidad Trascendental.
El Budismo, con sus diversos métodos de lograr el control de la mente y profundizar en la meditación, aboga por el conocimiento intuitivo para alcanzar la trascendencia del nirvana. El sufismo del Islam tiene su fundamento en la intuitiva experiencia mística del alma. Dentro de la religión judía, hay enseñanzas esotéricas basadas en la experiencia interior de la Divinidad de lo cual existe copiosa evidencia en el legado de los profetas bíblicos iluminados por Dios.
Las enseñanzas de Cristo expresan plenamente esa realización. El libro del Apocalipsis, escrito por el apóstol Juan, constituye una notable revelación de las más profundas verdades que, revestidas de metáforas, se presentan ante la percepción intuitiva del alma.
El “segundo nacimiento”, sobre cuya necesidad habla Jesús, nos
permite entrar en los dominios de la percepción intuitiva de la verdad.
Aun cuando al escribir el Nuevo Testamento no se utilizó la palabra “intuición”, pueden hallarse en él abundantes referencias al conocimiento intuitivo.




De hecho, los 21 versículos en los que se describe la visita de
Nicodemo presentan, en forma de condensados epigramas _ tan característicos de la escritura oriental -, un completo resumen de las enseñanzas esotéricas de Jesús sobre la manera práctica de obtener el infinito reino de la bienaventurada conciencia divina.
Estos versículos han sido interpretados, por lo general, como una
confirmación de doctrinas tales como la que afirma que el bautismo del cuerpo por el agua es un requisito esencial para entrar en el reino de Dios después de la muerte (Juan 3:5)
, que Jesús es el único “hijo de Dios”(Juan 3:16), que la mera “creencia” en Jesús es suficiente para la salvación y que todos aquellos que no creen ya están condenados (Juan 3:17-18).
Semejante interpretación exotérica de las escrituras hace que la
universalidad de la religión quede sepultada en el dogma. Sin embargo, la comprensión de la verdad esotérica revela un panorama de unidad.
“En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”.
Las palabras elegidas por Jesús constituyen una indicación de que estaba familiarizado con la doctrina espiritual de la reencarnación, doctrina originaria de oriente.
Uno de los significados que pueden inferirse de este precepto es que el alma debe nacer repetidas veces en diversos cuerpos hasta despertar nuevamente a la realidad y conocer su innata perfección.
Creer que con la muerte del cuerpo el alma accede de modo automático a una eterna existencia angélica en el cielo es una esperanza infundada.
En tanto no alcances la perfección, eliminando del alma (la
imagen individualizada de Dios) los escombros del karma (los
resultados de tus propias acciones), no podrás entrar en el Reino de Dios.
Una persona común, que sin cesar crea nuevas ataduras kármicas mediante sus acciones erróneas y deseos materialistas – que se suman a los efectos acumulados de numerosas encarnaciones anteriores – no puede liberar su alma en el lapso de una sola vida. Para deshacer todos los impedimentos kármicos que obstruyen la intuición del alma (el conocimiento puro sin el cual es imposible “ver el Reino de Dios”), son necesarias muchas vidas de evolución física, mental y espiritual.
El significado más importante de las palabras de Jesús a Nicodemo va mas allá del hecho de que son una referencia implícita a la reencarnación.
Esto resulta evidente en la petición de Nicodemo de recibir una
explicación adicional acerca de cómo podía un adulto alcanzar el reino de Dios:
"Acaso debe entrar de nuevo en el seno materno y volver a nacer?
En los versículos siguientes, Jesús expone en detalle el modo en
que una persona puede “nacer de nuevo” en su actual encarnación: como el alma identificada con el cuerpo y las limitaciones de los sentidos es capaz de obtener, por medio de la meditación, un nuevo nacimiento en la Conciencia Cósmica.
“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”
“Nacer de agua” se interpreta, en general, como un imperativo
para efectuar el ritual externo del bautismo por agua – un renacimiento simbólico – con el objeto de ser dignos del reino de Dios después de la muerte.
Sin embargo, Jesús no aludía a un re-nacimiento que implicara el uso de agua. En este pasaje, “agua” significa “protoplasma”. El cuerpo está constituido en su mayoría por agua y comienza su existencia terrenal en el líquido amniótico del útero materno.
Aun cuando el alma debe pasar por el proceso natural de nacimiento que Dios ha establecido a través de sus leyes biológicas, el nacimiento físico no es suficiente para que el ser humano sea digno de contemplar el reino de Dios o entrar en él.
La conciencia ordinaria se halla ligada a la carne, y el hombre
puede ver, por medio de los ojos físicos, sólo lo que hay dentro de esta diminuta casa de muñecas que es la Tierra y el cielo estrellado que la rodea.
A través de las pequeñas ventanas externas de los cinco sentidos, las almas que se encuentran atadas al cuerpo no perciben ninguna de las maravillas que están más allá de la limitada materia.
Cuando una persona viaja en avión a gran altura, no ve fronteras, sino solo el ilimitado espacio y los despejados cielos sin fin.
Sin embargo, si se halla encerrada en una habitación, rodeada de paredes sin ventanas, pierde la visión de la inmensidad.
De manera similar, cuando el alma del hombre debe abandonar la infinitud del Espíritu para confinarse en un cuerpo mortal sujeto a las limitaciones de los sentidos, sus experiencias externas se circunscriben a las restricciones de la materia.
Por ese motivo, Jesús aludió al hecho de que sólo podemos ver y conocer aquello que nos permiten los limitados instrumentos de los sentidos y del raciocinio, como afirman los científicos modernos.
Así como a través de un telescopio de solo cinco centímetros de
diámetro no es posible apreciar en detalle las estrellas distantes,
así también Jesús explicaba que el ser humano no puede ver ni saber nada del reino celestial de Dios mediante el mero uso del poder no amplificado de su mente y sus sentidos.
Por el contrario, un telescopio de cinco metros le permite al
hombre escudriñar las vastas extensiones del espacio poblado de estrellas; de manera semejante, al desarrollar el sentido de la intuición a través de la meditación, el ser humano es capaz de contemplar los reinos casual y astral de Dios – donde nacen los pensamientos, las estrellas y las almas – y puede entrar en ellos.
Jesús señala que una vez que el alma humana se encarna – es decir, que nace del agua o protoplasma -, el hombre debe perfeccionarse a fin de trascender las imposiciones mortales del cuerpo.
Por medio del despertar de su “sexto sentido” (la intuición) y de la apertura del ojo espiritual, su conciencia iluminada puede entrar en el reino de Dios.
En este segundo nacimiento, el cuerpo no cambia, pero la consciencia del alma, en vez de hallarse atada al plano material, es libre para vagar por el imperio eternamente gozoso y sin fronteras del Espíritu.
La intención de Dios era que sus hijos humanos vivieran en la
tierra conscientes del Espíritu que anima la creación entera, y
y disfrutasen así de su drama onírico como si fuera un entretenimiento cósmico.
De entre todas las criaturas, solo el cuerpo del ser humano, por
tratarse de una creación especial de Dios, fue dotado de los instrumentos y habilidades que son necesarios para expresar en su totalidad las divinas potencialidades del alma. Sin embargo, debido al engaño de Satanás, el hombre ignora sus atributos más elevados y permanece apegado a la limitada forma carnal y sujeto a la mortalidad.
En su manifestación como almas individualizadas, el Espíritu
desarrolla progresivamente su poder de conocimiento a través de las sucesivas etapas de la evolución; como respuesta subconsciente en los minerales, como sensibilidad en la vida vegetal, como conocimiento sensible e instintivo en los animales,
como intelecto, raciocinio e intuición introspectiva no desarrollada en el hombre y como intuición pura en el hombre y como en el superhombre.
Se dice que, después de atravesar las sucesivas etapas de la evolución ascendente durante ocho millones de vidas como un hijo pródigo, a lo largo de los ciclos de las encarnaciones, el alma por fin adquiere un nacimiento humano. En el principio, los seres humanos eran hijos inmaculados de Dios.
A excepción de los santos, nadie ha experimentado la divina conciencia de la que disfrutaban Adan y Eva.
A partir de la caída original, fruto del mal uso de su independencia,el hombre ha perdido ese estado de conciencia al haberse equiparado y asociado con el ego carnal y los deseos mortales relacionados con dicho ego. No son pocas las personas
que más parecen animales movidos por el instinto que seres humanos que responden al intelecto. Su mente es tan materialista que, cuando se les habla acerca de comida, sexo o dinero, comprenden y responden por medio de un acto reflejo, como el famoso perro de Pavlov que segregaba saliva. Pero si alguien trata de hacerlas participar de un intercambio filosófico coherente acerca de Dios o del misterio de la vida, reaccionan con ignorante estupefacción como si su interlocutor no estuviera en su sano juicio.
El hombre espiritual intenta liberarse de la materialidad que le hace vagabundear como un hijo pródigo por el laberinto de las encarnaciones; pero el hombre común no desea otra cosa que mejorar las condiciones de sus existencia terrenal. Así como el instinto confina a los animales a un territorio comprendido dentro de límites preestablecidos, así también la razón impone sus propias restricciones a aquellos seres humanos que no procuran convertirse en superhombres mediante el desarrollo de su intuición. El individuo que solo rinde culto al raciocinio y no es consciente de que dispone del poder de la intuición el único que le permite conocerse a sí mismo como alma permanece en un estado que supera escasamente al de un animal racional: ha perdido el contacto con la herencia espiritual que es su derecho de nacimiento.

http://lacienciadelossabios.blogspot.com.es

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