domingo, 19 de marzo de 2017

¿DISFRUTAMOS DE LA VIDA DEBIDAMENTE? SEGUNDO CAPÍTULO


6.- Por tanto, mientras estamos centrados en lo físico, es lógico que nuestra respuesta a la pregunta del título – “¿Disfrutamos de la vida debidamente?” - sea negativa. Porque, por un lado, como espíritus que somos, concebimos un mundo en el que podamos sentirnos felices, lo cual nos hace pensar que ese mundo es posible. Y, por otro, al estar centrados en la materia y ser ésta incapaz de proporcionarnos la verdadera felicidad, que no es material, pensamos siempre, por muchos bienes o riquezas o poder o fama que tengamos o por muchos placeres de que disfrutemos, que no somos todo lo felices que podríamos ser.
7.- Tras estas consideraciones ya estamos en condiciones de darnos cuenta de que hemos entendido mal la pregunta del tan citado título de la charla, “¿Disfrutamos la vida debidamente?” Y nos percatamos de que existía un adverbio importante: “debidamente”.

¿Y qué quiere significar “debidamente”? ¿Cómo se puede disfrutar la vida “debidamente”? Muy sencillo: cumpliendo las leyes naturales. ¿Y qué son las leyes naturales? Simplemente, la voluntad de Dios, las energías que de Él surgen para crear, mantener, regular y hacer avanzar Su creación.
¿Y cuáles son esas leyes o, por lo menos, cuáles son las principales? La Ley de Retribución o del Karma, que hace que recaiga sobre nosotros el efecto de toda causa que pongamos en movimiento, sea buena o mala; la Ley de Renacimiento, que hace que muramos y renazcamos continuamente, poseyendo cada vez las facultades, las capacidades, la salud, la inteligencia, el estatus social y cultural, etc. a que nos hayamos hecho acreedores en las vidas anteriores; la Ley de Unidad, que nos hace tender a unirnos con los demás seres y a constituir un algo mayor, más complejo y con mayores posibilidades de evolución; la Ley de Afinidad, que colabora con la anterior, y nos hace acercarnos a lo que es afín a nosotros; la Ley de Polaridad, que hace que todo tenga dos aspectos, positivo y negativo, bueno y malo, masculino y femenino; la Ley que hace que todo conduzca al bien pues, aún el acto más abyecto, acaba siendo una lección que se aprende y cuyo fruto es el bien; la Ley del Amor, que es la nota clave de la Creación, y que nos inclina a amar a todos los seres en base a que todos somos espíritus inmortales, partes de Dios y, por tanto, constituimos con Él un solo ser.
8.- Para esa adaptación de la vida a las leyes naturales ha habido distintas interpretaciones. Aún está reciente la afirmación de la iglesia católica en el sentido de que “los enemigos del alma son “el mundo, el demonio y la carne”. Y, como consecuencia de ello, nacieron los cilicios, las flagelaciones, los ayunos y penitencias suicidas y una serie de actitudes que condujeron a la negación de todo valor a lo que no fuese el espíritu. Recordemos los versos atribuidos a Santa Teresa de Jesús:
Vivo sin vivir en mí
y, tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Esas posturas han condicionado las vidas de millones de hombres y mujeres, constriñéndolas a conductas y emociones totalmente ilógicas y antinaturales. Recordemos la rigidez de algunas sectas protestantes, y la de la propia iglesia católica de determinadas épocas, que han impuesto a sus adeptos normas de vida estrictas que habían de seguir a la fuerza, obligados por una fe ciega e irracional, por un miedo al castigo eterno fomentado ex profeso, por los prejuicios y por el qué dirán.
El mundo es el plano más denso entre los que discurre nuestra evolución. Y, para ésta, es necesario. Si no existiese el mundo físico, nos sería imposible evolucionar.
El cuerpo físico es el instrumento más evolucionado de que disponemos. Es nuestra mejor herramienta para evolucionar. Aquí, en este mundo y en este cuerpo es donde hemos de practicar y utilizar nuestra mente y nuestro cuerpo de deseos y nuestro libre albedrío, y errar, si es preciso; pero nos permite, primero aquí mismo, y luego en el Purgatorio y en los Cielos, aprender las lecciones evolutivas de las escenas que aquí hemos protagonizado.
Lo que la iglesia llama ”carne” es, en realidad, la tendencia innata al sexo. Pero el sexo, en sí, no es más que una manifestación de la ley de la polaridad. El espíritu se une a la materia y nace el Universo; el Espíritu Virginal se une a la Personalidad y nace el Cristo Interno; el hombre se une a la mujer y nace el niño. El sexo, pues, es sagrado. Y es, además, una función completamente normal, como lo es el comer o el beber o el dormir. En sí, no tiene nada de negativo. Otra cosa es el uso que de él se haga, como ocurre con la electricidad o la fuerza atómica o cualquier energía a nuestro alcance. Si se emplea para su finalidad natural, es un milagro a la disposición del hombre: poder traer a la vida a un espíritu hermano. Si para buscar el placer, se está degradando y polucionando y empleando contra las leyes naturales. Pero esa consideración de que el sexo es en sí algo vergonzoso, que debe ser disimulado y ocultado no es correcta. Es sólo consecuencia del hecho de que San Pablo era, antes de seguir a Cristo, un fariseo ortodoxo y, en sus Epístolas, no pudo desprenderse totalmente del prejuicio que su escuela tenía sobre el sexo. Cristo, en ningún momento, habló mal ni del mundo, ni del cuerpo. Perdonó a la mujer adúltera y aceptó entre los suyos a María Magdalena, que fue, además, según las Escrituras, la primera persona a la que, tras Su resurrección se apareció.
Tampoco la idea ortodoxa sobre el “demonio” es correcta ni ha hecho ningún bien. Ese demonio, personalizado en un ser con cuernos y rabo, que disfruta asándonos en su infierno eterno, es una pura ficción para asustar a los ingenuos. Lo que hay son los Luciferes, que son ángeles. Retrasados, rezagados, pero ángeles. Y que están tratando de evolucionar aprovechando para ello a los hombres, exactamente igual como nosotros estamos haciendo con los animales, cuyas especies alteramos, extinguimos o clonamos y cuyos individuos utilizamos para experimentar enfermedades y medicamentos y para alimentarnos y para vestirnos.
Esos tres enemigos del alma tradicionales, más la presentación de un Dios - el del Antiguo Testamento - que se irrita y se puede aplacar con sacrificios, que es celoso de su poder, que crea al hombre imperfecto - puesto que peca - y, luego, lo condena por toda la eternidad por sus pecados, han hecho que la Humanidad haya vivido durante miles de años atemorizada, sintiendo el que aún en la misa se denomina “temor de Dios”, como si se tratase de una virtud. Es decir que, a los miedos atávicos e inevitables antes citados, el Antiguo Testamento y la iglesia añadieron el temor de Dios, el miedo a Dios. Aún recuerdo un versito que se nos enseñaba cuando niños, que es una muestra de cómo se ha inculcado ese miedo irracional y jamás justificado, a los niños, y que ha supuesto, para toda su vida, un prejuicio condicionante. Decía así:
Mira, que te mira Dios;
mira, que te está mirando;
mira, que te has de morir;
mira, que no sabes cuándo”.
CONTINUA EN EL CAPITULO 3

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...